Los pobladores de la “Guadalajara de Indias” y de casi todos los pueblos que fueron conquistados por la Corona Española, heredaron simultáneamente de sus colonizadores entre sus muchos aportes a la cultura y al conocimiento, el flagelo de la esclavitud y el estigma del racismo.
La misma relación de los hechos de conquista, redactada tanto por españoles que por mexicanos, señala que la fundación de Guadalajara, la realizaron 63 familias originarios en su mayoría de la Península Ibérica, que conformaban un contingente aproximado de 300 españoles.
Te recomendamos: Xóchitl Gálvez pelea contra sus propias palabras
En pocos análisis históricos se menciona que junto a esos ibéricos, venían también un número indefinido de esclavos de la raza negra, y 7 u 8 mil indios con sus respectivas familias provenientes de los pueblos afines a los conquistadores.
Seres sedientos de venganza o imbuidos por la férula del poder español, quienes con el apoyo de 12 piezas de artillería y arcabuces dieron rienda suelta a sus instintos de muerte.
Emulando a su vez la táctica de los ocupantes de otras tierras, quemaban las aldeas de los naturales vencidos para evitar un asalto por la retaguardia, aunque en ese acto se hubieran quedado solos, sólo el desconocimiento que los indios tenían de las armas de los conquistadores y de los demás utensilios de guerra que portaban los salvaron.
Esta táctica invasiva produjo una brutal caída de la población indígena, que poco faltó para su aniquilación total, así lo estima en sus obras Cloud Levy Strauss y algunos de sus seguidores de la antropología francesa, quienes consideran que así se consumó el más grande genocidio de la historia.
Racismo sistémico
En el marco de esta realidad, en Guadalajara la población de la bella perla de Occidente, quizá sin pretenderlo aplica sobre quienes no encajan en su concepto de “tapatíos”, una especie de “Racismo Sistémico”.
Dicho concepto teórico del sociólogo Joe Feagin , según el cual “es un sistema de dominación y de inferiorización de un grupo social sobre otro. . . y que se expresa a través de un conjunto de ideas, discursos, y prácticas de “invisibilización”, estigmatización, discriminación, exclusión, explotación, agresión y despojo.
A la luz de los derechos humanos bajo este término de Racismo Sistémico, se pueden configurar diversas formas de discriminación racial que junto con la Xenofobia socaban los logros obtenidos en este apartado de la legislación mundial.
En casi todo el territorio mexicano es notoria la discriminación basada en la raza y el origen étnico, la desigualdad en la educación, la vivienda, el empleo, son éstas, manifestaciones inocultable.
Por ejemplo, en la amplia extensión de la Zona Metropolitana de Guadalajara, en cuyos dominios y algunas zonas del Estado de Jalisco según el censo de 2020, conviven más de 68 mil habitantes originarios de las etnias: wirráricas, huastecos, mayas, mazahuas, mistecos, nahuas, otomíes, purépechas zapotecas, y triquis entre otros.
Pero son invisibles para los no indígenas y sobre todo para los integrantes de la burocracia en todos sus niveles y que sólo existen para cubrir plazas de trabajo con salarios inferiores a los establecidos por la ley, en su mayoría sin cumplir los estatutos legales de protección para ellos y sus familias.
O bien se pierden entre las calles, sobre todo las mujeres, haciendo malabares con cualquier objeto, o simplemente expuestos a los riesgos del tráfico urbano buscando algunas monedas.
“Vivir en un mundo libre de racismo y discriminación tal y como lo prevé la Declaración Universal de los Derechos Humanos, afirma Epsy Campbell Barr, sigue siendo una tarea pendiente de la comunidad internacional”, y por supuesto muy lejos aún de concretarse en esta tierra Bendita de Dios.