“No hay dios ni ley de la naturaleza que nos proteja de la estupidez humana.” Yuval Noah Harari
La historia de la humanidad es una sucesión interminable de hechos que dan sentido a nuestras vidas. Somos porque muchas generaciones nos han precedido, porque desde muy remotos tiempos hemos superado, como especie, todo tipo de catástrofes.
Te recomendamos:
La seguridad en Jalisco se perdió
Ahora, cuando todas las razas, religiones e ideologías podríamos coexistir porque tenemos los recursos económicos, intelectuales y tecnológicos para llegar a acuerdos, aparece Marte en lontananza con sus jinetes de rostros apocalípticos.
Los tambores de guerra suenan y una amenaza nuclear surge en el horizonte, desatendiendo las muchas buenas razones para vivir en paz, y a la guerra de Rusia contra Ucrania se suma el conflicto bélico entre Palestina e Israel.
Las cosas no están bien. Yuval Noah Harari, catedrático de la Universidad Hebrea de Jerusalén y uno de los más brillantes filósofos contemporáneos, en su libro, 21 lecciones para el siglo XXI, plantea la necesidad de resolver algunos retos y problemas que afectan a la humanidad.
Ese, y no otro, debería ser nuestro objetivo. Vivimos en un mundo en el que la repartición de la riqueza es dispar, la cobertura educativa y de salud son deficitarias y, para la equidad de género, aún hay mucho camino por recorrer.
Las asimetrías entre las naciones poderosas y las débiles, económica, tecnológica, institucional y militarmente, están a la vista de todos. Es terrible, pero grandes mayorías están marginadas del desarrollo.
Sin embargo, el tema que me parece más grave es el discurso de odio y la exacerbación de los nacionalismos dogmáticos y patrioteros. Resulta claro que la guerra no es contra el pueblo palestino. Son los fundamentalismos los que se encuentran en el origen del conflicto.
Las dudas
- ¿Por qué riñen los individuos?
- ¿Por qué guerrean las naciones?
- ¿Es que hemos perdido la razón?
- ¿Es que mis creencias, intereses y derechos son superiores a los de los demás?
En el oriente medio existe un conflicto que tiene que ver con el derecho de palestinos y judíos a cohabitar en paz y con certidumbre en un territorio compartido que, desde el año 1948 cuando se fundó el Estado de Israel, ha vivido en una tensión permanente.
Nadie puede estar de acuerdo con acciones como las perpetradas por un grupo de fanáticos que invaden y masacran a la población civil a sabiendas de las consecuencias.
Fue claramente un acto de provocación y, probablemente, parte de una estrategia para escalar las tensiones y justificar atrocidades mayores.
Soy optimista. La reacción esperada por los agresores no se presentó en los términos de la violencia que pudo desatarse.
Sin embargo, los ataques mutuos siguen causando la muerte de inocentes y, seguramente, contener el espíritu de revancha o disolverlo en los próximos días no será fácil.
¿Será el hombre, lobo del hombre? Hagamos votos para que reine la prudencia, se supere este grave incidente y que la diplomacia se imponga por encima de los ánimos bélicos.