Para nadie que me conozca parecerá extraño que tenga el mayor respeto por la política, esa noble y vituperada profesión que es el eje de la crónica de los eventos que han hecho la historia, de ahí que, con toda sinceridad, no pueda permanecer en silencio cuando cualquier mequetrefe daña la ya muy desaprobada imagen de los políticos.
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¿En dónde quedaron los Reyes Heroles, Muñoz Ledo, Ruiz Cortines, López Mateos, Yáñez Delgadillo, Villaseñor Saavedra, Álvarez del Castillo, Graciela Álvarez, De Alba Martín y muchos más?
Tengo, por su talento, laboriosidad y capacidad para generar riqueza en condiciones adversas, una gran admiración por los regiomontanos. Sin duda, Nuevo León como Jalisco y Guanajuato son referentes en la vida nacional.
Tengo, además, una alta estima por los payasos, sí, por los payasos que en los circos hacen las delicias de niños, jóvenes y adultos; esos extraordinarios seres humanos que, detrás del maquillaje, ocultan sus lágrimas para hacernos reír.
Por esas y otras razones, no acabo de salir de mi asombro cuando una pareja de jóvenes ambiciosos y frívolos se monta en la estructura democrática, construida en nuestro país con enormes sacrificios y, como saltimbanquis, brincan de una candidatura a otra, mostrándose como mil usos de los cuerpos legislativos o de los poderes ejecutivos municipal, estatal o nacional.
Me niego a aceptar que los jóvenes se dejen seducir por un par de tenis color naranja “fosfo-fosfo” y que políticos de viejo cuño, como Dante Delgado, los muestren en la asamblea de su partido como el símbolo de su movimiento.
Las dudas
¿Es que la emotividad a substituido a la inteligencia? ¿Es que, vacíos de propuestas para resolver los graves problemas de la sociedad, algunos políticos optan por la banalidad? Es simplemente grotesco, ordinario, ridículo.
Por si fuera poco, no dejo de preguntarme: ¿de dónde los dineros para sufragar los enormes gastos publicitarios en los que se soportan campañas mediáticas a lo largo y ancho del país?
Y ¿quién gobierna y administra, en este caso Nuevo León, mientras ellos dedican su tiempo a persuadir a sus posibles electores?
No estoy enojado. ¿Debería?… Simplemente me entristece la superficialidad de los manejadores de medios, la bajísima calidad de los actores y la disposición de los ciudadanos para aplaudir, hasta sangrarse las manos y desgarrarse las vestiduras, ante tan terribles despropósitos.
Preocupante es, además, el feroz ataque que, desde la Presidencia de la República, se lanza en contra de las instituciones que, de una u otra manera, fueron creadas para limitar las acciones del Poder Ejecutivo.
Destruir es muy fácil -disponer de los bienes y recursos públicos ilimitadamente, tomar decisiones sin consulta, actuar con base de la ocurrencia del día, gobernar a lomo de caballo (¡ja, ja, ja! bueno, hubo alguien -Calígula- que nombró a su caballo -Incitato- procónsul)-, tiene y tendrá costos que sin duda trascenderán al sexenio.
En este escenario, aprestémonos para actuar con responsabilidad, renovemos nuestro ánimo y sin atender provocaciones insanas, pongamos nuestro granito de arena para construir un México mejor.
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