Con el asesinato de dos aspirantes a alcaldías, retiro de otros candidatos por amenazas y declinaciones de otros al cuarto para las doce, los episodios de violencia derivados de un choque de simpatizantes a las afueras de una televisora en Guadalajara, no pueden considerarse hechos aislados.
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En el clima electoral que permea en Jalisco como en el resto del país, se percibe la tensión derivada de la crispación a la que hemos llegado por un país dividido entre buenos y malos, blancos y negros, Robin Hood y sus adversarios.
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Por eso, la postura que han asumido los respectivos partidos involucrados en el zafarrancho, no puede menos que generar preocupación, porque las primeras reacciones expresadas, fue como tomar un gigantesco barril de gasolina para apagar el fuego.
Por un lado, Movimiento Ciudadano acusando a Morena de haber sido los que iniciaron la agresión contra los simpatizantes de la candidata de Movimiento Ciudadano a la presidencia municipal de Tlaquepaque, Citlalli Amaya y pusieron como ejemplo actos violentos ocurridos en otras entidades.
En el afán de describir a un partido violento y energúmeno, citaron las asambleas morenistas donde han salido a relucir agresiones a balazos.
Pero Morena no se quedó atrás. Acusaron a Movimiento Ciudadano de orquestar grupos porriles para reventar reuniones de su partido, tener grupos de choque armados y hasta arrojar bombas lacrimógenas.
Además de esto, hay cruce de acusaciones por propaganda destruida en bardas, lonas, mantas y otro tipo de anuncios.
En los dos debates que hasta ahora se han realizado entre los aspirantes a la gubernatura, los intercambios de acusaciones han sido la constante. Han abundado los señalamientos de corrupción, de robo, de abuso, de violencia, de ladrones, de complicidades y de desfalcos.
Han aparecido señalamientos de enriquecimiento ilícito, de desvío de recursos públicos, de conflicto de interés y hasta señalamientos personales.
Después de toda esta metralla, que dos corrientes políticas se encuentren frente a frente en una simple avenida de Zapopan, pareciera un tema menor.
Pero tras la historia de acusaciones y señalamientos sin freno, era cuestión de una chispa para encender los ánimos y derivar en lo que finalmente sucedió. No importa quien haya tirado la primera piedra.
Frente a un clima de crispación como el que se ha vivido en este largo proceso electoral que arrancó meses antes de las fechas oficiales, con retorcidos procesos internos con fuego amigo y donde después hubo que lamer heridas, ¿cuál debería ser el talante que deben mostrar los líderes partidistas y candidatos a cualquier puesto de elección popular?
El sentido común, diría que no tendrían que utilizar combustible para apagar las llamas, sino hacer una convocatoria a la concordia y a reducir los caldeados ánimos que están a punto de estallar.
Falta mes y medio para que concluyan las campañas y esto es demasiado tiempo para pensar que alguien dará a un paso a un lado para cambiar su postura y llegar a una ecuanimidad que por el momento se antoja lejana.
El problema es que los ataques se han convertido en parte de la estrategia política y ahora hay un elemento aún más precioso que explotar en la campaña: convertirse en víctima.
Si lanzar furiosos rounds de sombra y acusaciones a diestra y siniestra era rentable, es dos veces más provechoso convertirse en mártir y acusar al de enfrente de ser el ente violento.
Y esta historia, lamentablemente, la veremos repetirse, aunque en el camino, efectivamente sigan ocurriendo episodios de violencia que han teñido de sangre el proceso electoral de Jalisco.
Ya se sabe que, en la época de proselitismo, es común que existan señalamientos que suban de tono, pero hacerlo en un país con regiones dominadas por el crimen organizado, es como bailar “quebraditas”, con botas y sobre un amplio campo minado.
(Lo invito a que me lea, escuche y vea en www.paraleloveinte.com).
[…] Campañas violentas, prudencia perdida […]