En las últimas y más álgidas semanas de campañas aparecieron varios fenómenos asociados, que debimos haber esperado: la agresividad, la frustración, la descalificación. La pérdida total de tolerancia y caballerosidad.
Si bien todo es producto de la polarización social a que hemos llegado por razones múltiples y entendibles, más como efecto de una lucha no resuelta de la forma de abordar la democracia, que necesariamente nos lleva a estadios que debíamos haber superado y que sin embargo como efectos regresivos aparecen.
No es por demás aclarar que todo ello es producto de conceptos ideológicos y políticos no resueltos, no debidamente procesados, en que nos encontramos atrapados y no logramos encontrar una salida que nos lleve a mejores estadios de convivencia y de actitudes positivas.
No son ajenos a estos momentos de frustración, salvo a través del reclamo y la frustración un sistema semifeudal de intereses, que ahora nos damos cuenta que no hemos superado, a pesar de el esfuerzo que como sociedad hemos hecho.
La inconformidad por el manejo interesado de los partidos políticos para beneficio de sus dirigencias, que acaba en la imposición de candidaturas que sirven a esos intereses, amen de la utilización de recursos públicos en las campañas y la aparición cínica y rampante de la asociación de líderes del Estado y de los partidos, asociados a la delincuencia organizada.
Todo ello nos conduce a un estado de insatisfacción que se manifiesta de distintas maneras, y del que todos somos parte por acción o por omisión.
El permitir que las candidaturas independientes se conviertan en una charada, el que quienes ostentan el control del aparato de la administración pública se involucren de manera directa y abierta para influir en las decisiones que deben corresponder a los electores, todo ello nos lleva al estado de intolerancia en que nos encontramos y del que atrapados buscamos una salida.
Sería sencillo decir que la elección del 2 de junio resolverá la contradicción, pero eso sería una falacia, porque estamos construyendo un proceso sobre tierras movedizas, en donde no existen valores y liderazgos sólidos y lo único que percibimos son manipulaciones de intereses.
Ello nos conduce a considerar que el proceso en que estamos involucrados, con los resultados que sean, no conducirán a un mejor estadio de vida y convivencia entre nosotros, antes bien amenaza por convertirse en un almácigo de resentimientos. Algo que seguiremos cargando a futuro y que se convierte en una carga a resolver.
Al parecer la salida tendrá que esperar, porque tenemos que regresar a algún punto del pasado en que se nos pervirtió la intención de hacer de nuestro país una democracia acabada, de primer mundo, que en algún momento sentimos que estábamos cerca de lograrlo.
Desafortunadamente es un proceso que solamente nosotros podremos abordar y resolver, porque ese es precisamente el meollo del asunto, madurar como sociedad, superar las actitudes que se convierten en lastre para la sana convivencia, dejar de enfrentarnos por candidaturas viciadas.
Volver al camino de la búsqueda, que en algún momento abandonamos. Volver a la solución de las controversias a través del entendimiento, la discusión, si bien apasionada, no violenta. Regresar a la civilidad perdida, en algún lugar estará esperándonos, en algún lugar debemos encontrarla.
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