En 2003, realicé un reportaje para denunciar la descabellada ocurrencia de construir una presa al fondo de la barranca para utilizar las aguas del río Santiago para abastecer a la zona metropolitana de Guadalajara.
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“Arcediano, presa de dudas”, se llamó el trabajo, que advertía que el gobierno estatal ocultaba la realidad sobre la calidad del agua del afluente más contaminado de México y que pretendían convertirlo en solución para dotar de agua a la metrópoli.
Las autoridades entonces llegaron a negar que las aguas de este río estuvieran contaminadas con metales pesados y plaguicidas y hasta establecían que en un lapso de cuatro años sería saneado el Santiago.
Por este tema, tuve varios debates y enfrentamientos en mi calidad de periodista y él como funcionario relacionado con el agua, con el ingeniero Enrique Dau Flores.
Dos décadas después de aquella investigación, la contaminación del río Santiago sigue vigente y, también con sus matices, el gobierno sigue empeñado en no admitir la realidad de que se trata de una apuesta demasiado compleja y costosa para librarla desde la trinchera estatal.
La administración local ha equivocado el diagnóstico de lo que vive la cuenca, al centrar sus recursos económicos en atender las descargas residuales domésticas urbanas, sin entender la verdadera razón de la terrible contaminación que padece el río y que ha terminado con cualquier forma de vida: los metales pesados, los cuales no pueden ser limpiados por plantas de tratamiento para desechos domésticos.
Ante el menor cuestionamiento que se realiza hacia la podredumbre del afluente, el gobierno estatal responde en forma aparatosa restregando los más de 4 mil 600 millones de pesos invertidos en plantas de tratamientos en la región.
La desaforada respuesta a los detractores incluye la descalificación, exhibición y hasta denostación de su calidad ética y profesional, así sean comunicadores, ambientalistas o integrantes de organizaciones ciudadanas.
Empeñados en magnificar los presupuestos destinados para las obras de mitigación a las descargas residuales hacia el río, se olvidan de la realidad.
En más de una década, fue acreditado cómo habitantes de poblaciones ubicadas en la cuenca del río Santiago, registraron severos problemas renales y en algunos casos murieron como consecuencia de tumores asociados a la contaminación de las aguas.
La respuesta de la autoridad fue aumentar el número de nefrólogos para atender a pacientes, ampliar clínicas en la zona y construir un centro de hemodiálisis para los enfermos de los riñones.
Pero el problema de fondo que representa combatir la contaminación industrial, eso no figura en las acciones del gobierno estatal y menos del federal que actúa en forma indolente y criminal, por lo que podrán atender a los pacientes de hoy, pero tendrán que prepararse para apoyar a los de mañana.
El Gobierno de Jalisco creó el micrositio Revivamos el Río Santiago, donde enumera planes, refiere inversiones y llena de siglas y programas para demostrar que están atacando el problema.
Reconoce la falta de oxígeno, la presencia de metales pesados y plaguicidas y admite que se necesitan décadas para el saneamiento de la cuenca, por lo que plantean el Plan Santiago 2050.
Y hasta se atreven a proponer más allá del 2024, inversiones por tres mil 350 millones de pesos para más plantas de tratamiento y continuar con el saneamiento.
Respecto al debate desatado por la misma autoridad que insiste que ya revivieron el río Santiago, tal vez convendría recordar el episodio de 2008, cuando el entonces dirigente de los industriales de Jalisco, Javier Gutiérrez Treviño, dijo estar dispuesto a tomarse un buche del afluente para demostrar que “nadie se muere” con esta agua.
Que algún funcionario estatal convoque a otra macro excursión y se tome un buche de agua. Y entonces creeremos que van en la ruta correcta.
(Lo invito a que me lea, escuche y vea en www.paraleloveinte.com).
*Columna publicada en: https://www.milenio.com/opinion/carlos-martinez-macias