La señora Rosa Rubio fue en su momento la persona más anciana del pueblo de Atemajac, por lo cual, registrar su testimonio de vida, basado en su memoria y recuerdos, era fundamental para la realización de un trabajo de investigación sobre el pueblo.
Les comparto la última parte de la entrevista que realicé el 5 de octubre de 2019. Rosa Rubio falleció en 2020.
-¿Qué más quieres que te diga?, me cuestiona Rosa Rubio. -¿Qué más me quiere platicar? ¿De qué más se acuerda?
-Me acuerdo de la delegación, allí metían presos, la gente los visitaba y les traían almuerzo, pero si los castigaban, nada, más que pura agua. Aquí en estas celdas había juzgados y los sentenciaban ahí mismo. Ya después se cambió la escuela de aquel lado, en frente de con Chayo Urbina, pero no más una parte. De aquí hicieron la Hilario y se cambiaron para allá.
Y ya después de que me salí de la escuela me desprendí de todo porque mi papá siempre nos tenía trabajando ahí, en la noche envolvíamos el café, envolvíamos la azúcar, la sal, el arroz, todo, en papel, no en plástico, en papel. A mí me tocaba atender a los arrieros, yo les pesaba la leña, teníamos una báscula de 120 y yo les pesaba, a veces se me caía y tenía que pesar en dos partes porque a veces se me caía. Traían huacalitos, sus huacalitos que nos venían a regalar, con ciruelas y huamúchiles arriaba. A veces mi papá nos deja ir con ellos a la barranca de ida y vuelta, y de regreso les vendíamos longaniza, no era chorizo era longaniza, y la asábamos y toda la gente salía por el aroma del chorizo.
También íbamos al Puentillo, a la Hacienda del Lazo, a los Tempisques, había muchos ranchitos donde mi papá nos dejaba ir, mi mamá era más dura pero mi papá si nos dejaba salir. Como mi papá tenía que ir a Guadalajara a comprar mercancía para la tienda, él si nos dejaba salir.
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-Y ¿dónde compraba su papá las cosas para la tienda?
-Pues en las tiendas de Guadalajara.
-¿De Guadalajara las traía?
-Sí, de allá le traían como todo el jabón de la fábrica, de la Lirio, todo el petate se lo traían de Jamay, Jalisco y la manteca se la entregaban enlatada de aquí mismo del mercado, pero como te digo no había mercado todavía, así que todo lo demás debía traerlo de Guadalajara. El maíz y el frijol se lo traían a vender de la Mesa Colorada, le traían de año a año, un señor que se llamaba José Rodríguez del Batan le traía todo a mi papá, todos los de los ranchitos cercanos que sembraban se lo traían a mi papá, así que el que no le vendía, le compraba.
-No estaba el mercado, pero ya vendían carne alrededor
-Sí, afuera, era de cómo donde está el puente, cerca de donde estaban los lavaderos, ahí ponían sus carnitas, sus verduras, sus frutas, pero todo de este lado, hasta que ya se empezó a acomodarse la gente.
-Y ¿El panteón siempre ha estado ahí?
-Sí, pero no estaba bardeado, estaba solo, porque aquí afuera del templo enterraban personas, antes que estuviera el panteón allá, después comenzaron allá a sepultarlos, pues ya se quitaron de aquí.
-¿A usted le tocaron entierros aquí en el atrio?
-Sí, yo me acuerdo cuando los enterraban en el atrio del templo, enterraron muchas personas me acuerdo que entre ellas estaba un padre y yo vi el entierro. Estaba un pirul grande y que nos venían según a trepar el pirul y nos veníamos a juntar las bolitas y nos tocaba, ¡Hay que se murió fulano! ¡Vamos a verlo! Un día me tocó ver una señora que se llamaba Geno, ¡Vamos a ver a Geno que se está muriendo!
No me quedaron ganas de volver a ver, porque me gustaba ir donde la gente más le lloraba a los muertos, donde más lloraban yo ahí estaba. ¡Fulana lloró mucho! ¡La otra hija le lloró más! Y pues así me enteraba, así era la vida.
La última que me tocó ver era la mamá de las Castros, pero a la gente le daban ataques de nervios y eso ya no me gustaba y me iba, mejor. Pero vi mucha gente muriéndose, yo les agarraba la mano y se las sobaba, pero no sabía que se soba la izquierda y yo sobaba la derecha y se las jalaba y ponía alcohol, hasta mi mamá le hice eso. Yo era la más de nada me servía, pero era la más pior de la casa como luego dicen, que anda para un lado y para otro.
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-Y del panteón, del panteón israelita, de los judíos.
-Ah pues allá estaba, también íbamos nosotros allá, de los Presas eran lo que los cuidaban y les decíamos vamos a ir ahora al panteón ¡hey! Y nos íbamos.
-¿Tenía mucho el panteón ese, el de los judíos? Se acuerda que ya estaba ¿o lo pusieron después?
-Ese panteón, lo hicieron después, verdad, pero, después, cuando yo estaba en la escuela, estaba chica cuando nos íbamos, pero ya de grande llegué a ver varias personas, íbamos ahí, preguntábamos ¿Dónde ponen a los muertos? ¡Pues ahí me acuesto! Ese panteón estaba muy bonito, lapidas bonitas y árboles muy grandes. Ya cuando no nos soportaban nos corrían del panteón.
-¿Entonces cualquier persona se pasaba a ese panteón?
-No, cuando le pedíamos el permiso a los Presa, los señores grandes eran lo que daban el permiso, no más, y nosotras de la escuela, que vamos a ir al panteón, pues ya nos íbamos de la escuela y ya nos recibían ellos allí, verdad. Ya cuando no nos soportaban , ¡Ya, ya váyanse! Porque ya no nos aguantaban, el corredero de todas y todos, pues como niños, jugando uno ahí.
-Y ¿había judíos aquí en Atemajac? O ¿de dónde venían los que enterraban?
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-No, yo nunca vi judíos en el pueblo, ni vivían aquí. Lo que había era gitanos, se ponían en el jardín, pero a la gente no les caían bien, les decían explotadores que porque robaban a la gente.
-¿Todavía enterraran ahí?
-Sí, todavía. sí, muchos carros ahí, muy elegante todo, yo ya no veo nada, ¡Ni a ustedes! Cuanti más a los judíos. (risas)
-¿Entonces nunca vio judíos, aquí en Atemajac?
-No, pa´que te digo si no. Pero de todo alcance a ver, a Foro, a la Chita que le decía, a Foro con su cigarrote y su calzón de, de manta, que andaba y todo eso, pero de alguien más los de la danza de San Sebastián, ya hace mucho, se juntaba mucha gente, había mucha gente pobre aquí, mucha gente, entonces lo que buscaban era la comida donde había una fiestecita ahí estaban, que una fiestecita por la comida, que un bautizo y ahí estaba toda la gente, y se sentaba la gente en frente del bautizo, primero los padrinos y solo metían a la gente a lo que ajustaban. A mí me gustaba ir a dentro con los padrinos, pero así no porque mi papá y mi mamá y nosotros teníamos mucha suerte para apadrinar, que mi compadre Rodolfo, mi compadre Reyes, mi compadre Nicho, mi compadre, todos eran mis compadres.
-Siempre la elegían de madrina
-Todavía me quedan algunos, de mis ahijados, Sarita Mora es mi ahijada, yo me apuro mucho por verla, ya tengo mucho que no la veo, desde mis ochenta y es de las que me quedan, Lety de mi compadre Salvador Arana y mucha gente
-Y ¿de qué familias se acuerda de aquí de Atemajac?
-Pues había muy pocas, Las Torres, de con Micaela la mamá de Bruna Dávalos, de con Pedro Urbina, había la de Lola Rosales, de con Cata, si me acuerdo de muchas personas todavía. Pero ya como amigas ya casi no tengo, si no ha muerto Chayo Urbina, ya es de las de mis amigas que eran de chica, pero yo creo que ya no tengo de las de chica, tuve de acá para más tiempo, pero de esas ya no, siempre nos procuramos, María Luisa, ella y yo, siempre andábamos las tres. Y nos pues Chayo comenzó a estudiar y ya era la gran persona
-¿Qué estudio Chayo?
-Estudio parteria, partera. Las Moras también comenzaron a estudiar en Guadalajara, que en el tranvía y el tranvía.
-Y¿cambio mucho Atemajac cuando metieron el tren?
-Pues cuando ya fue lo del tren, yo ya no estuve allí, ya casi, vivíamos allá abajo. Y me decía Pachita, Francisca mi hermana, ¡Vente, para ver diario lo del tren! O veras me voy a venir, después nos venimos de vuelta, como nos tumbaron la casa, pero luego medio fincamos y ya nos venimos para acá.
-Y ¿cambio mucho Atemajac con lo del tren?
-Sí, sí cambió mucho, por una parte, porque se dividió la gente, una acá y otra allá, ya no se pudo más, ya no se atravesaba la gente. Yo antes me iba con Lulis a comparar pan, pero allá cercas del mercado, pero todavía no dividían, pero pues ya después nos venimos y ya cambió todo, los camiones y todo
-Y ¿a usted le gustaba mucho aquí Atemajac?
-¡Ah sí y me sigue gustando! (risas)
-Muchas gracias por su tiempo, me ha sido de mucha ayuda su plática. Gracias
-Ándale
Los testimonios de nuestros adultos mayores son fieles testigos de la vida e historia cultural de nuestras comunidades y es fundamental preservarlos.