La opinión de Juan y Memo sobre la elección de jueces en México, de la inasistencia de Sheinbaum tras la muerte del Papa Francisco, entre otros temas más.
—Compañero, hace rato no nos vemos, ¿a qué se debe la urgencia?— saluda Memo preocupado.
—Qué bueno que viniste, tengo cosas que he querido platicar contigo— contesta Juan, agarrando aire.
—Es que he estado muy ocupado, pero ya estoy aquí, así es que “usté dirá”— invita Memo animoso.
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-Fíjate que estoy muy confundido— responde Juan—. Ahora que falleció el Papa Francisco, concurrieron a sus funerales representantes de muchísimos países del mundo, incluido Mr. Trump. Sin embargo, la presidente no asistió. Al margen de creencias religiosas (de suyo personalísimas), por razones de congruencia, debería haber afinidad entre su actuar y la idiosincrasia de sus representados; pues se sabe que el 70% de la población mexicana es católica— cuestiona Juan.
—¡No es solo un desacierto, es un desatino político! Es una falta de urbanidad que se quiere subsanar mandándole una invitación con su secretaria para que nos visite. Irónico
—Memo abunda—, ¡a ver cuándo vas a la casa pa’ matarte un pollito! ¡Vaya desaseo!
—Mira Memo, desde el siglo antepasado, las relaciones del Estado mexicano y la Iglesia han atravesado distintas etapas, algunas de ellas, violentas. Pero hoy, su separación es absoluta y no hay mayor conflicto: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, aunque la tendencia de los jóvenes es hacia la secularización de la vida y la sociedad, no puedes negar la realidad y la importancia de la Iglesia Católica en nuestro país. El problema es que la presidente, que se manifiesta agnóstica, no lo es. Ella se formó en las corrientes izquierdistas del México de los setentas y ochentas y su dios es el Estado; obvio, es dogmática, intolerante e intransigente, de ahí su resistencia a la “subordinación” del Gobierno a fuerzas políticas o económicas enmarcadas en las doctrinas liberales o de libre mercado. ¿‘Ta claro? La lucha de clases: pobres contra ricos, buenos contra malos. ¿Qué más te inquieta, estimado amigo?— inquiere Juan pensativo.
—En unos días, se realizará la elección de los miembros del Poder Judicial, aun cuando, por su naturaleza, esos no deben ser cargos electorales. Según mi leal saber y entender, lo que se necesita es una judicatura integrada por profesionales honestos, calificados, competentes y comprometidos con México; no juzgadores sujetos al Poder Ejecutivo o, más grave aún, con el crimen organizado— responde Memo.
—¿Sabes a mí qué me preocupa? A fuerzas nos quieren vender la idea de que el problema de la corrupción en los tribunales se va a resolver con personas improvisadas, de dudosa reputación o, francamente, inelegibles en otras condiciones. Ver a la presidente que anda como vendedora de productos de belleza promocionando la votación, me genera muchas sospechas. En lo personal, me parece que el origen de la reforma judicial obedece más a una estrategia de apoderamiento de los poderes públicos que a la recta intención de que haya un equilibrio entre los tres poderes. Algo huele mal en Dinamarca. Por lo dicho, yo prefiero no participar en esta mascarada— sentencia Juan.