Los problemas del día a día nos ocupan a tal grado que nos olvidamos de imaginar, con pelos y señales, la ciudad del futuro. Tanto hay por resolver en un área urbana de cinco millones de habitantes que, podríamos pensar, lo bueno que traiga el mañana será ganancia. El hoy apremia, nos distrae del don de soñar y nos orilla a la queja compulsiva o, en el mejor de los casos, a las soluciones exprés, esas que se marchitan en el primer invierno.
Abundan las situaciones adversas que exigen creatividad y acción oportuna. El tráfico citadino, más cargado tras el encierro de la pandemia, nos empuja hacia las soluciones inmediatas: deliramos con un segundo piso en la avenida López Mateos y otras medidas radicales, a falta de vías que alcancen o autos que vuelen. Sin embargo, el fenómeno que se conoce como tráfico inducido multiplicará los vehículos más temprano que tarde… y abrirá una herida grisácea de varios kilómetros de longitud.
También, se sabe, la violencia física no cesa. Y la hostilidad económica, tampoco: no hay salario que rinda en un estado en apariencia próspero, pero que no ha logrado torcerle el brazo a la desigualdad. Rentar o comprar una casa en tierras tapatías o zapopanas se ha convertido en una misión que cuesta la mayor parte del salario y un trozo del pellejo.
Habría que abrir caminos para llegar a esa ciudad que, envueltos en el trajín cotidiano, no nos hemos dado tiempo de discutir y de imaginar. ¿Qué será nuestras calles en quince o cincuenta años? ¿Qué quedará en pie de nuestros lugares, de nuestras (buenas, malas e innombrables) costumbres? ¿De qué tamaño serán los conflictos que entonces nos aquejen, o las casas que habitemos? ¿Qué tan a la mano quedarán nuestros centros de trabajo? ¿Qué habrá de robarnos el sueño y qué haremos como sociedad para recuperarlo? ¿Deseamos parecernos a las megalópolis chinas, a las macrociudades estadounidenses? ¿O podríamos inventarnos un modelo propio?
La propuesta de la ciudad de los quince minutos, que ha cobrado fuerza en Europa, me agrada: se trata de un concepto de toma de decisiones encaminadas a que todos los urbanitas se encuentren a no más de un cuarto de hora de las necesidades esenciales.
Sea así o con base en otro modelo, me gusta soñar con una ciudad para todos. Llena de árboles, bancas y canchas deportivas. Con calles más anchas para los peatones que para los automóviles. Una ciudad donde sea posible conseguir vivienda digna y asequible.
Una ciudad con más enredaderas y menos cercos eléctricos. Una ciudad menos dispersa, de servicios públicos eficientes, con seis o siete líneas de metro, segura a todas horas, con barrios y colonias llenos de vida, iluminados en más de un sentido… ¿pero qué sueñan los demás tapatíos para nuestra ciudad? ¿Cuántos se han dado el tiempo de mirar alrededor e imaginar el futuro de la zona metropolitana de Guadalajara? ¿O será que, al final, preferimos seguir atrincherándonos bajo mil llaves, frente a una pantalla?
Una ciudad más humana es posible, pero no basta con resolver sus grandes problemas al calor de la urgencia, ni con hilar fantasías en solitario y a la propia medida: propongo empezar a soñarla ya, con esperanza, en serio, entre todos.
Buen punto de vista !
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