La comunidad de 60 millones de mexicanos y mexicoamericanos que reside en Estados Unidos es una fuerza vital, portadora de nuestra cultura, gastronomía y tradiciones, en medio de las celebraciones y el orgullo nacional, surge una pregunta que resulta incómoda: ¿es este patriotismo un adorno cultural o una verdadera lealtad a la patria?
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Para una porción de nuestra comunidad, ser mexicano parece limitarse a las fiestas del 5 de mayo, a un “¡Viva México!” o a la exhibición de la bandera nacional en redes sociales. Se cuelgan de nuestra rica herencia cultural y de las tradiciones, pero su conexión con el país no se traduce en un apoyo tangible, en un compromiso real con los problemas que México enfrenta. El patriotismo, en estos casos, se queda en la superficie, sin el peso del compromiso.
Aquí, el patriotismo se pone a prueba. Si México en un hipotético caso declarara nulo el Tratado de Guadalupe-Hidalgo y buscara recuperar lo que perdió en 1848, o si, ante una crisis, Estados Unidos invadiera nuestro territorio, ¿de qué lado estarían? Una pregunta muy a la mexicana, sin rodeos, sin medias tintas: “¿Con quién te vas? ¿Con melón o con sandía?” ¿A quién vas a agarrar, a Chana o a Juana?
La Prueba del “Grito” y la Hipocresía de una Celebración
El sentimiento de pertenencia de la comunidad mexicana en Estados Unidos se pone a prueba cada 16 de septiembre.
¿Qué sentirían si el presidente de México en turno, en el grito de Independencia, dijera “¡Vivan los sesenta millones de mexicanos que hay en Estados Unidos!”? ¿Qué sentirían? ¿Aún con eso apoyarían a México? La hipocresía es evidente cuando, a pesar de las felicitaciones vacías de políticos estadounidenses como Marco Rubio, que parecen olvidar que si México no se hubiera independizado de España no hubiese perdido ese territorio, el 16 de septiembre no es un día de fiesta en Estados Unidos. El Día de Muertos sí lo es, gracias al soft power, pero el 16 de septiembre, que debería ser una fiesta para celebrar la independencia de una nación tan importante, no lo es. Esto demuestra que la conveniencia de la cultura se acepta, pero la historia que nos define se ignora.
La hipocresía se hace evidente en situaciones cotidianas. Hay algunos de esos 60 millones de mexicanos que, al ser abordados en su país de residencia, responden en inglés con un “Sorry, I don’t speak Spanish”, a pesar de llevar apellidos tan intrínsecamente mexicanos como Gutiérrez o González. Parecen olvidar sus raíces por conveniencia, en un intento de asimilación que niega la historia de su propia familia. Lo más preocupante es que algunos de ellos incluso terminan en trabajando para las autoridades de inmigración como el ICE, un destino que ilustra la ironía de su distancia cultural.
La dualidad de su identidad se manifiesta en acciones contradictorias. Mientras en redes sociales presumen la obtención de un pasaporte mexicano, como si fuera una medalla al orgullo nacional, en la práctica evitan cualquier tipo de compromiso. Acuden a medios de comunicación en México, se hacen pasar por mexicanos de cepa y se sienten en casa, pero cuando un compatriota les pide apoyo, de pronto no tienen tiempo, o están demasiado ocupados. El patriotismo parece ser una herramienta de conveniencia, no un vínculo de hermandad.
El caso de la blusa de Frida Kahlo es una metáfora perfecta de esta hipocresía. Muchos presumen de llevarla, como un símbolo de rebeldía y de cultura, pero cuando un mexicano les pide apoyo, esa solidaridad se desvanece. El amor por México se convierte en una moda, en una estética, pero carece de la sustancia necesaria para enfrentar los desafíos reales. La cultura es algo que se consume y se exhibe, pero no se defiende ni se apoya en momentos de necesidad.
La historia de Álvaro Morales y Pedro Pascal es un claro ejemplo de este doble estándar. El famoso comunicador mexicano, en una broma sencilla, hizo alusión a la gorra de los Yankees de Pascal, recordándole que el equipo más mexicano de las grandes ligas, los Dodgers, les había ganado la Serie Mundial. La reacción de Pascal fue quejarse ante Disney, dueña de ESPN, y como consecuencia no se le renovó el contrato a Morales. Un chiste inocente sobre béisbol fue suficiente para que una figura que se asume como “mexicano” en Hollywood demostrara una insensibilidad total ante un compatriota, y que prefiriera su estatus al apoyo de un hermano.
Esta historia, como muchas otras, demuestra que para algunos el patriotismo es solo una etiqueta vacía, un sentimiento que se exhibe sin el compromiso de la acción. Es tiempo de que el patriotismo de la comunidad sea más que un adorno; es tiempo de que sea una fuerza activa en la defensa de nuestra soberanía y de nuestra gente.
El patriotismo de la comunidad mexicana en Estados Unidos no puede seguir siendo un sentimiento superficial, una blusa de Frida Kahlo o un grito de fiesta. La historia nos ha demostrado que las naciones se construyen con sacrificios y lealtades, no con simbolismos vacíos. Es tiempo de que el “Viva México” que resuena cada quince de septiembre en tierras extranjeras se traduzca en un compromiso real con la nación que dio origen a sus familias, que dio forma a su identidad. La lealtad no es una opción cuando la patria se encuentra en una encrucijada.
La pregunta que se cierne sobre la comunidad es más que una mera reflexión histórica; es una disyuntiva moral. El destino de México no es un asunto que se pueda observar desde la distancia, como si fuera un espectáculo. Si la historia se repitiera, si en un hipotético y terrible escenario se diera una invasión por el motivo que fuera o si México declarara nulo el tratado de Guadalupe-Hidalgo para recuperar lo que perdió en 1848, la pregunta sería inevitable y definitiva. La elección entre la cultura que se exhibe y la tierra que te dio origen sería una realidad ineludible.
Por ello, la pregunta es directa y sin concesiones: tú que estás en Estados Unidos y te dices amar a México, ¿qué vas a hacer si Estados Unidos invade o ataca México por el motivo que sea? ¿Con quién te vas? ¿Con melón o con sandía? ¿A quién vas a agarrar, a Chana o a Juana? El tiempo de los adornos ha terminado. El tiempo de las decisiones ha llegado.