El homicidio de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, el pasado 1 de noviembre de 2025, es más que un crimen: es una trágica sentencia. En México, el precio de la valentía se paga con la vida. Este acto cobarde y artero, que arrebató el latir de un corazón que no cabía en el pecho, convierte a Manzo en el mártir que debe sacudir a la nación y exige una mirada cruda sobre la inacción y la insensibilidad del régimen federal.
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Uruapan y México está de luto, sumidos en un estado de shock y rabia impotente. La incredulidad se mezcla con el dolor al ver que el hombre que juró protegerlos fue silenciado. Su muerte no solo es un crimen, sino un acto de terrorismo moral diseñado para infundir miedo y desmovilizar a la sociedad.
Homicidio premonitorio en Uruapan
Carlos Manzo, nacido en Uruapan en 1985, fue un líder que se negó a ser un burócrata más ante el embate del crimen organizado. Representó al “David del Siglo XXI” frente al “Goliat del Narco” que desangra a su tierra.
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El artículo original de septiembre de 2025 ya destacaba esta lucha desigual. Ahora, el desenlace fatídico subraya un mensaje escalofriante: en México, ser valiente y defender al pueblo contra el crimen es condenarte a perder la vida.
Él lo sabía. Su postura era de guerra, una respuesta desesperada que contrastaba con la política federal de “Abrazos, no balazos”. Manzo se puso un chaleco antibalas y salió a patrullar, instruyendo a su policía a “abatir” a los delincuentes. Desafió al Goliat denunciando la existencia de campos de adiestramiento de mercenarios y enfrentando la narcopolítica.
“No quiero ser otro más de la lista de los ejecutados,” fue su premonitoria súplica. Su homicidio confirma que, para el régimen, la muerte es el arma para silenciar a quienes no se rinden. Su sacrificio, un día después del inicio de las celebraciones por el Día de Muertos, adquiere un simbolismo macabro: se convierte en la ofrenda más amarga al altar de la violencia.
La memoria de Carlos Manzo no puede ser relegada a un expediente. Su trágica caída debe ser una denuncia visible y permanente ante el poder.
Por ello, se hace un llamado a que, en todas las plazas del país, y de manera específica en el Zócalo capitalino y en Palacio Nacional, la Bandera de México ondee a media asta por todo un mes en memoria de Carlos Manzo.
Que esta acción no sea solo un gesto de luto, sino un recordatorio constante. Que cada que la presidenta de México se asome por el balcón y vea la Bandera Nacional ondear a media asta, recuerde que gracias a su omisión y su inacción Carlos Manzo perdió la vida. Este símbolo debe ser la marca visible de la deuda histórica de este régimen con la dignidad de Uruapan.
La tragedia de Uruapan es el resultado directo de la omisión, insensibilidad y la indiferencia del más alto nivel.
Carlos Manzo agotó todas las instancias, hizo múltiples llamados a la federación y suplicó apoyo urgente. Le imploró directamente a la seguridad federal: “No quiero ser otro presidente municipal de los muertos.”
La presidenta de México, en lugar de atender el auxilio, desatendió, minimizó, y fue insensible a sus gritos, llegando incluso a descalificar sus estrategias por no alinearse con la política de seguridad nacional, demostrando un profundo desconocimiento del contexto de Uruapan. Sin embargo, estos llamados cayeron en oídos sordos.
La inacción y la minimización de sus alertas por parte de la presidenta, en el marco de una política de seguridad criticada por ser insuficiente contra el crimen organizado, generaron un vacío de protección. Es ineludible señalar: la omisión del régimen generó que Carlos Manzo perdiera su vida.
La retórica del lunes en la “mañanera” no puede sustituir el apoyo que se le negó cuando vivía. Este régimen que, a ojos de muchos, ha protegido o, al menos, ha sido incapaz de frenar a grupos delictivos, tiene una deuda con la memoria de Manzo.
La muerte de Carlos Manzo debe ser el catalizador para el despertar de ese gigante dormido, ese México bronco que está aletargado porque las balas pesan más que las palabras. Su legado plantea la pregunta más importante para la nación: ¿Cuál es el rumbo de México? ¿Seguiremos con una narcopolítica que asesina a los valientes y permite la impunidad, o daremos un paso valiente y decisivo?
Hoy, la memoria de Carlos Manzo debe ser honrada como la de un mártir por la valentía. Es un llamado urgente al pueblo de México a la unidad y a la acción. Es imperativo salir a las calles a manifestarse contra estos actos que atacan a la autonomía municipal y a la democracia.
Solo la unidad de todos en contra de este Goliat podrá llevar a la destrucción de las estructuras de
impunidad.
No cabe duda, la Cuarta Transformación (4T), la presidenta Claudia Sheinbaum y todo ese régimen siguen haciendo más daño que el diablo que, según la leyenda, dejó su rodilla marcada en el Parque Nacional de Uruapan. Su inacción ante el martirio de un héroe que dio todo por el pueblo en el cual vio la luz por primera vez, es un golpe demoledor a la justicia, la esperanza y el corazón de México.
Que la memoria de Carlos Manzo no sea solo una estadística. Su dignidad y valentía deben ser el motor de nuestra acción. Honrar a Manzo es dejar de ser el gigante dormido. Es exigir cuentas a quienes, por omisión, permitieron su caída. El costo de la valentía fue su vida; el precio de la indiferencia será la pérdida total de nuestra libertad.
Este artículo se desarrolla en memoria del gran héroe de Uruapan, Michoacán, “El Héroe del Sombrero”.
Se hace un llamado formal al ITESO (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente), el alma mater donde Carlos Manzo forjó su visión de servicio público estudiando la licenciatura en Ciencias Políticas, para que en su memoria se perpetúen algunas aulas o espacios de esa carrera con el nombre de Carlos Manzo.
Que la próxima generación de politólogos egresados del ITESO entienda que la política no es solo teoría, sino una lucha que, a veces, exige el sacrificio más alto.