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Por el bien ciudadano

Contra estímulos negativos, un pensamiento positivo*

Contra estímulos negativos, un pensamiento positivo
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Con tantos estímulos negativos en nuestro entorno, es difícil construir un pensamiento positivo y compartir un sentimiento que estimule la razón de vivir en comunidad. Las ideas comienzan a gravitar en tu cerebro y, frecuentemente, desistes del intento. Así me encuentro.

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Tomo aire, respiro hondo y me lanzo a la aventura de encontrar las palabras para justificar el por qué y para qué tenemos el enorme privilegio de vivir, de estar aquí y ahora. A medida que transcurren los minutos, la paz se anida en mi cerebro. Me libero de angustias y dejo volar mi imaginación.

En mi fábrica de sueños, sentado frente a la computadora, mirando el paisaje desde lo alto de mi refugio, me dejo llevar. Abro mis sentidos, admiro el celaje otoñal con sus tonos dorados, aspiro el olor de las casas blancas y astromelias. Escucho el trinar de las aves, la música que cotidianamente llena mi espacio vital y, finalmente, identifico las voces que, poco a poco, me permiten reconocerme como parte de los demás.

Atrapados por millones de mensajes que, consciente o inconscientemente, recibimos y en la urgencia de la movilidad (social, física, económica), poco a poco dejamos de ser individuos para convertirnos, no en sociedad, grupo o comunidad que ayuda y protege, sino en masa.

Atrapados por la prisa de “ser”, vamos dejando de ser. En la ilusión de poseer, nos vamos vaciando. La marca de los pantalones rotos es ahora el símbolo que nos identifica. Queremos parecer lo que no somos.

Los ricos se visten como pobres en tanto que los pobres quieren parecerse a los ricos. Estamos confundidos.

El amor, pregunto, ¿ha sido substituido por la conveniencia? La piedad, ¿qué es eso? La solidaridad, ¿con quién o por qué? El egoísmo prevalece en las relaciones.

La importancia se mide por los horribles vehículos del Sr. Musk, mientras las lágrimas de las madres buscadoras se secan ante la indiferencia de una sociedad que no quiere ser importunada. La ética y la moral se han vuelto incómodas. Mientras otras naciones se desarrollan a un ritmo de vértigo, la nuestra vegeta, simula, confronta y se sumerge en lo insustancial.

Parte del problema es que las nuevas generaciones han nacido con satisfactores cuyo costo social no identifican, por lo tanto, no valoran. Tienen derecho a todo. Qué bueno. Nacieron con las calles pavimentadas y agua en los grifos, tienen acceso a múltiples beneficios.

Sin embargo, admiran la audacia, el atrevimiento, al que rompe la fila, al gandalla. He preguntado a muchos jóvenes “¿cómo quién te gustaría ser? ¿cuáles y cómo son las personas que admiras?” La respuesta, comúnmente, es que “no lo habían pensado”. Padres, maestros, personajes de la cultura, la ciencia, el deporte o la política han dejado de ser ejemplares. Estamos confundidos.

A pesar de todo, soy optimista. Ha habido épocas en las que el oscurantismo reinó. Nunca como ahora hubo recursos para lograr que se desarrolle la inteligencia, prive la justicia y triunfe la armonía. La confusión se disipa a partir de la conciencia de lo que queremos ser. 

*Columna publicada en: Contra estímulos negativos, un pensamiento positivo


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