El pasado 14 de mayo, la presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Norma Lucía Piña Hernández, recibió el premio de Derechos Humanos 2023 en Marruecos durante la celebración de la décimo sexta Conferencia Bienal de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas.
Esta organización, que agrupa a más de mil 400 juzgadoras de 143 países, es reconocida por su seriedad. No otorga premios “patito”.
Debemos estar muy orgullosos de que la ministra -primera mujer mexicana en obtener tan alta distinción- lo haya recibido en nombre de México.
“Hoy –dijo durante su intervención en un mensaje dirigido a los mexicanos-, la única forma de que nuestra función jurisdiccional se erija como un mecanismo de protección de los derechos humanos y de nuestras democracias constitucionales es que la desempeñemos libremente, sin presiones ni condicionamientos
Agregó: “Pongo sobre la mesa la importancia de la independencia judicial y la garantía de que estos derechos, para su salvaguarda, requieren que la impartición de justicia sea sin SUBORDINACIÓN INTERNA O EXTERNA”. Más claro, ni el agua.
Resulta paradójico que el desempeño realizado a lo largo de una vida de honestidad y congruencia se visibilice y reconozca primero en el extranjero, mientras que en México el Presidente descalifica, un día sí y otro también, el trabajo de los integrantes del Poder Judicial, acosándolos, imputándolos, denostándolos, e incluso exponiendo sus vidas ante quienes, con razón o sin ella, han desarrollado animadversión en contra de esos servidores públicos.
Tiempos difíciles
Los tiempos por venir no serán fáciles. Abusando de los recursos a su disposición, AMLO insiste en intervenir, sin recato alguno, en la vida de los poderes en los que está soportado el orden constitucional de nuestra nación.
Su empecinamiento por apropiarse o eliminar a las instituciones y modificar las leyes que sujetan o limitan al ejecutivo augura momentos de tensión y probables agresiones verbales y físicas, lamentablemente, estimuladas desde Palacio Nacional por quien está obligado a sembrar la concordia entre nosotros.
Siempre que una persona, en este caso el Presidente, pierde la noción de la realidad y se asume como dueño, conciencia y brazo armado de sus propias ideas, el riesgo de incrementar su beligerancia para disuadir a “sus enemigos” se multiplica, sobre todo cuando, por años, ha alentado el odio entre los compatriotas, erigiéndose a título personal como el “salvador de la patria”.
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¿Qué sigue? ¿Incendiar pozos petroleros, convertir en letrina el Paseo de la Reforma o patrocinar la violencia, como lo hizo en el pasado?
¡Cuidado! Sin caer en provocaciones, debemos mostrar nuestra solidaridad con quienes, como los ministros que integran la SCJN, tienen la enorme responsabilidad de mantener vigentes las instituciones que hacen posible nuestra vida democrática, garantizando los derechos individuales y sociales de los mexicanos. “México” no es una palabra hueca.
Quienes aprendimos desde pequeños a amar a nuestra tierra estamos obligados a entregar a las siguientes generaciones una nación en paz, sin diferencias sustantivas, solidaria con los más necesitados, en la que prevalezcan la justicia y la hermandad.