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A unos meses del Mundial de Futbol y en medio de tanta violencia, de todo tipo, como país co-anfitrión habrá que buscar no sólo qué disimular, sino qué presumir, además de algunas calles decentemente pavimentadas, estadios tan lindos como funcionales y lugares comunes de nuestro rico folclore, como el birote seco o remojado, relleno de esto o aquello.

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Uno de los grandes orgullos tapatíos es, sin duda, la creación artística. Destaca en estos días y desde hace tiempo Guillermo del Toro, quien acapara los reflectores del séptimo arte por su aclamada versión de Frankestein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley.

Frankestein, película aclamada del director mexicano Guillermo del Toro

Reconforta no olvidar que el talento artístico siempre saca la cara por México, cuando los éxitos políticos, económicos o deportivos escasean. ¿Habrá un tapatío más querido en su tierra que este señor, que además de exitoso es afable?

En el ring de la popularidad, tumbaría de un nocaut al Canelo sin tocarlo.

Ni Del Toro ni Cuarón ni González Iñárritu salieron de la nada, sino que son herederos de un tesoro medio arrinconado en la memoria colectiva: el cine mexicano clásico.

Basta mirar algunos de los numerosos filmes restaurados por la Filmoteca de la UNAM (una parte significativa de ellos se encuentran en YouTube) para asombrase con la calidad de la dirección, las actuaciones, la fotografía, los diálogos (y qué diálogos: tan elocuentes que dejan sin habla).

En las producciones cinematográficas, de ahora y de entonces, queda claro un rasgo de la identidad mexicana: su capacidad para acoger talento foráneo: actrices argentinas, bailarinas caribeñas, directores españoles, en fin. Somos un país hospitalario… más con unas personas que con otras, tristemente.

Sin el protagonismo de los ánimes japoneses, las telenovelas coreanas o las series estadounidenses, el mejor cine mexicano —clásico y actual— se encuentra ahí, en plataformas gratuitas y de paga, a la espera de servir como fuente de entretenimiento cotidiana y motivo de orgullo para quien se tome la molestia de mirarlo con ojos sensibles. El asombro está casi garantizado.

Las grandes películas producidas en nuestro país no tienen desperdicio: desde el absurdo de la guerra en Vámonos con Pancho Villa (Fernando de Fuentes, 1936), la lucha entre la política y la justicia en Distinto amanecer (Julio Bracho, 1943) o el poder destructivo de la venganza Los Hermanos Del Hierro (Ismael Rodríguez, 1961); hasta la conmovedora sencillez de Temporada de patos (Fernando Eimbcke, 2004) o La delgada línea amarilla (Celso R. García, 2015).

Cómo fuimos, cómo llegamos hasta aquí y hasta dónde podemos llegar: tres interrogantes que nuestros mejores filmes dan pistas para responder.

El cine, que es mejor que la vida, ayuda a explicarla, como los libros y los memes.Somos un país con enormes problemas, sí. No es el mejor momento para organizar un Mundial, definitivamente. Se presenta una oportunidad inmejorable para restaurar, preservar y difundir lo mejor que hemos hecho, no cabe duda.


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por Juan Felipe Cobián

(Guadalajara, 1979) Este peatón es licenciado en Letras Hispánicas, editor, profesor, escribiente, miope y terco espectador del mundo.

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