La pluma del escritor norteamericano Ernest Hemingway recoge un verso del dramaturgo inglés George Peele del siglo XVI, para darle título a una de sus más fascinantes novelas “Adiós a las Armas”.
En ella se describen con gran realismo, impresionantes escenas de hechos vividos durante la Primera Guerra Mundial, mismos que después serán reproducidos en la pantalla grande del cinematógrafo; el sacrificio de los hombres y mujeres en esa espantosa guerra, poblaciones enteras destruidas, la vida en las trincheras, la muerte en fin que llega sin saber por qué.
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Parecidas escenas se reproducen a diario en estas tierras mexicanas, lo mismo allá en la localidad de Ayahualtempa en las sierras de Guerrero, como en los Altos de Chiapas, y en tantos y diversos lugares de esta hermosa patria.
Ver a los campesinos armando y alentando a sus hijos menores de edad, para que defiendan sus tierras, sus medios de vida, sus familias, no tienen justificante alguno, ni se puede escudar todo un gabinete de gobierno en la “falta de tiempo” para darle solución a la violencia que carcome y socava la tranquilidad de muchísimas familias, que hace tiempo viven en un estado de inquietud y de temor grave.
No se equivocan quienes adjudican estas desventuras a los pasados gobiernos, pues sólo con hojear los ejemplares de la prensa de sexenios, se pueden constatar los miles de asesinatos y masacres cometidos por la delincuencia en lo que se dio en llamar “la Guerra contra el Crimen”, pues “aiga sido como aiga sido” los números no mienten y los fallecidos sumaban relativamente los mismos índices que se contemplan en la actualidad.
La guerra contra el narcotráfico desde entonces no se ha detenido, y los delincuentes han crecido a su antojo, ha sido incluso este fenómeno bandera de los candidatos a la Presidencia de la República, a los gobiernos de varios Estados, a los municipios, nada sin embargo, ha detenido el incremento de dicha violencia.
“El partido de la esperanza”, así se publicitan hoy quienes ostentan el poder, y para muchos mexicanos este slogan ha tenido un efecto positivo, pues han acariciado desde principios de sexenio, la idea de otro tipo de gobierno, otro tipo de ciudadano.
Muchos pensaron también que finalmente llegaba a su término la amenaza de tanta calamidad, sobre todo cuando para ese propósito se habían erogado enormes cantidades del presupuesto federal, pero la violencia a pesar de todo este dispendio sigue impune, y al parecer, según declaraciones del Ejecutivo Federal “Ya no hay tiempo para resolver” y terminar con esa barbarie.
Hoy por voz del mismo Representante del Poder Ejecutivo, el mismo que desde sus días de campaña electoral juraba que los mexicanos ya no tendrían que vivir en la sombra de la indiferencia, que todos sus reclamos serían atendidos, y que bajo su mandato la presencia de la corrupción sería tan sólo un recuerdo del pasado.
Desgraciadamente no ha sido así, pues una estrategia tal vez equívoca, o quizá solamente fallida, ha dejado como en la guerra referida y como en todas las guerras un rastro de muerte, en este caso de 161 mil 500 homicidios dolosos, según cifras del Secretario Ejecutivo del sistema Nacional de Seguridad Pública citado por Mauricio Torres de CNN, que equivale al 17.65 por ciento mayor que los índices de todo el período presidencial anterior.
Igualmente según el INEGI a la fecha se contabilizan 95 mil 900 personas desaparecidas en todo el país. Ante esas lastimosas cifras, el Representante del Ejecutivo Federal, ha declarado que “Ya no hay tiempo para resolver sobre violencia”.
Es decir que ha abandonado a los ciudadanos a su suerte, que ya sólo habrá abrazos, que los cuerpos de seguridad pública y la militarización de la policía federal deberán declararse rendidos, que los sucesores en su cargo deberán enfocarse a la solución de este flagelo. Qué edificante herencia les ha tocado a los nuevos huéspedes del Palacio Nacional.
En la realidad subyacente del film de Hemingway, por lo menos al final de la guerra, sonaron las campanas de las iglesias, los ciudadanos hombres y mujeres salieron a las calles, cantaron el Himno Nacional y los bares y cafés volvieron a llenarse de bohemios y de sonrisas de mujeres alegrando con su glamour el entorno de una nueva patria, de un nuevo amanecer, el despertar al fin y al cabo de una pesadilla.
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