En un libro espléndido, “El mundo de ayer”, Stefan Zweig nos comparte lo difícil que puede resultar adaptarse a la cambiante realidad. Cito: “En medio siglo apenas (…)”, escribió en los años 40, “se han producido más cambios y mutaciones radicales que en diez generaciones. (…) Me da la impresión de que el mundo en el que me crie y el de hoy se separan cada vez más, convirtiéndose en mundos completamente diferentes”.
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Qué lejos estaba nuestro autor de imaginar cuánto se transformarían nuestros hábitos y formas de vida en poco más de un par de generaciones después. Nunca la humanidad había sufrido tantas modificaciones en tan poco tiempo. Dentro de ellas está el impresionante y maravilloso rol que la mujer está desempeñando en la sociedad contemporánea.
Cambios
¿Quién, con honestidad, imaginó que México pudiera ser gobernado por una mujer; que la mujer cubriría espacios que se pensaban reservados solo para varones?
¿Quién imaginaría que las universidades serían invadidas por jóvenes antes destinadas a la maternidad y al servicio de la casa?
¿Quién, en su sano juicio, pensaba que las calles de pueblos y ciudades podrían ser tomadas por miles de personas que, hace algunos años, ocultaban su orientación sexual y hoy la manifiestan públicamente?
La ciencia, como las actividades intelectuales y empresariales, eran propias del hombre arquetípico de la época.
La deseable complementariedad hombre-mujer solo se entendía bajo la subordinación al macho. Sí, el mundo es el mismo, pero algo lo hace diferente.
Prueba de ello es que una mujer, Claudia Sheinbaum, gobernará nuestro país por primera vez. Vamos a ver de qué pasta está hecha. Angela Merkel, Golda Meir, Margaret Thatcher, Michelle Bachelet, Sanna Marin y Mette Frederiksen son también parte de ese minúsculo porcentaje de mujeres que han gobernado sus naciones, algunas con notable éxito.
Es deseable, por el bien de la patria, que la señora Sheinbaum resulte una agradable sorpresa y que, en el ejercicio del inmenso poder que ejercerá, cumpla con la obligación de gobernar sin prejuicios, propiciando la armonía entre los mexicanos, respetando el orden jurídico y siendo impulsora del bienestar al que todos aspiramos.
La tarea es colosal. Las diferencias sociales parecen insalvables y las presiones a las que estará sujeta son terribles, en especial las de su antecesor, quien impúdicamente le está “sugiriendo” los nombres de funcionarios que deben ser parte de su gabinete.
Pienso que López Obrador será un fantasma que rondará, inevitablemente, por los pasillos de Palacio, hasta que la magia del poder presidencial lo mande, literalmente, a su rancho.
Ojalá, como en el caso de nuestra joven paisana, Altagracia Gómez Sierra, sean la capacidad y el talento quienes determinen las decisiones de la presidenta.
La confianza no se gana solo en las elecciones, sino en el ejercicio del poder. Por el bien de la nación, apoyemos las acciones que se den en el marco de la Constitución y señalemos todo aquello que se haga o pretenda hacer al margen de la misma. ¡Muerto el rey, viva la reina! Dios nos ampare.