La nuestra ha sido desde hace más de un siglo una ciudad futbolera. Nos conocen en el resto del país por la calidad de los jugadores que aquí han nacido o se han formado, y por la pasión que desde hace décadas despiertan los dos principales clubes de la ciudad. El futbol, sin embargo, muy poco a poco pero de forma sostenida y sutil se va desconectando de la identidad tapatía.
Varios hechos explican este fenómeno silencioso. Pongo un ejemplo: desde hace tiempo es necesario pepenar entre la televisión abierta, la de paga y las plataformas de streaming para encontrar un juego de los equipos locales.
Los que se transmiten suelen ser encuentros de equipos de otras ciudades, cosa que explica, hasta cierto punto, que clubes como Toluca, León, Monterrey, y por supuesto algunos de ligas europeas, ganen más y más aficionados entre niños y adolescentes de nuestro estado, en detrimento de los tradicionales Guadalajara, Atlas y Leones Negros.
Por si fuera poco, las pantallas se han adueñado de los niños y adolescentes, y con qué cara disuadirlos si la calle se volvió tierra de nadie.
El caos automotor, los dispositivos tecnológicos y la inseguridad han borrado a las cascaritas del paisaje, y han contribuido al descenso tanto de ventanas rotas como de rodillas raspadas.
Además, ese deporte que llamábamos futbol en México y fútbol en el resto del mundo hispanohablante, según el periodista chileno Juan Pablo Meneses, no existe más.
Su lugar lo ha tomado un invento del siglo XXI que él llama post-fútbol, una versión posmoderna de aquel deporte que hace apenas unos años animaba los fines de semana de millones de aficionados y que ahora se juega en la cancha del dinero, la alharaca mediática y las polémicas sin fin.
Las ganancias, seguramente, les dan la razón a los dueños de la pelota. Sospecho que se les olvida, o les importa un puño de pasto que este deporte fincara su popularidad en la sencillez y la asequibilidad.
Pienso en un dicho célebre y no puedo evitar deformarlo: “qué aburrido es el futbol cuando es de pocos”. El post-fútbol, por su parte, ya escribe su propia historia.
Con todo y mi rojiblanca afición, aún con mi memoria llena de tiros, pases y patadas callejeras, la mercantilización desbocada a cargo de la FIFA me provoca náuseas. Cada vez me cuesta más sonreír cuando, casi de chiripa, miro un partido.
Confieso que soy débil: si se me atraviesa en el patio una pelota o en YouTube un video de Ronaldinho, un pase genial de Caro Jaramillo, o me entero de la sobresaliente actuación del Chucky en el Napoli, vivo en carne propia aquella canción de Los Rodríguez, “Me estás atrapando otra vez”.
Después vuelvo a la cordura. Recuerdo que el voleibol, el beisbol y el basquetbol, todos con arraigo en esta ciudad, tienen sus propios encantos. ¿Llegará a ser alguno de estos el deporte favorito de los tapatíos?
Seguro hay alegría más allá del gol. O algo debe de haber.