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Por el bien ciudadano

En Guadalajara: Deslaves internos e inundación*

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Las últimas semanas han traído a colación un auténtico aluvión de información sobre las condiciones geológicas del terreno sobre el que se construyó Guadalajara, la existencia de casi 400 puntos con riesgo de inundación y la fragilidad de la red de suministro de agua potable y de drenaje, instalaciones  que han colapsado porque que se construyeron hace casi 100 años; hasta las que aún no alcanzan la mayoría de edad.

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Como cada año, la situación se muestra apremiante y la exigencia ciudadana de acciones y definiciones públicas genera un ruido de fondo que no permite que el torrente de urgencias se pueda decantar.

En primer lugar, nuestra ciudad se instaló en un territorio poco adecuado para el intenso crecimiento de la metrópoli; la escarpada geografía y la naturaleza de los suelos adecuados para una ciudad colonial, se vuelven inestables ante la profunda cimentación y las necesidades de la modernidad.

Hemos conocido testimonios de expertos en temas hídricos que explican cómo las grandes obras, el crecimiento vertical, las cimentaciones profundas y el relleno para construir fraccionamientos es un caldo de cultivo para una serie de problemas complejos, pues fracturan el delicado equilibrio del subsuelo en que se  asienta la ciudad.

Podríamos pensar en un suelo líquido como el de la ciudad de México, con la diferencia de que mientras allá la arcilla del lecho lacustre lo confina, aquí la geología que conjuga roca volcánica dura y blanda, en un lecho aluvial permite su disolución y escurrimiento.

Mientras gobiernos enfrascados en dar fotonotas positivas para justificar su presencia cotidiana, que cuidan su imagen, pero soslayan la importancia del hoy como el espacio en que hacer lo que se dejó de hacer antes para evitar que los problemas se presenten nuevamente después, se quedan cortos, pues ponen sus esperanzas en plazos de meses para un conglomerado humano que mide su desarrollo en generaciones.

Como habitante del Centro Histórico veo desde hace varios años que en el temporal de lluvias cada semana se abren grutas por escurrimiento bajo las calles y bajo las edificaciones; veo que como en un viejísimo programa cómico recientemente resucitado en redes, “Problema discutido, problema resolvido”, en un mes se ha abierto una sima en el mismo lugar 3 veces solo este año, y la respuesta es meramente traer camiones de arena, llenarla y volver a poner asfalto hasta que reciban un nuevo reporte.

Hace 25 años un diagnóstico oficial señalaba que alrededor de la mitad del agua que se distribuía a la red del SIAPA se perdía en redes obsoletas, perforadas, erosionadas, ocluidas; esta situación, ha pasado de mano en mano y de partido en partido sin que se haga una valoración justa de lo que hay bajo el pavimento.

El crecimiento de la ciudad es parte de una evolución, pero la falta de infraestructura y de previsión es una herencia maldita de políticos, lideres sociales y fraccionadores. Cuando fuimos un millón, era tiempo para diseñar el complejo urbano que hoy vivimos y se dejó pasar la oportunidad.

A nuestra ciudad le sobran obras de relumbrón y le faltan las indispensables acciones de mantenimiento y monitoreo constantes; el SIAPA, que en su origen fue una entidad técnicamente solvente, ha decaído para dar nota por contratar personas de dudosa capacidad en cargos de responsabilidad.

Pensar, como dice la canción, en la lejanía de los Colomos, en el Tlaquepaque pueblerino, en el Zapopan rural, es una ilusión de la tradición que pasa facturas crecientes.

La falta de un sistema integral de reabsorción de lluvias puede convertir la ciudad en un campo minado; los acuíferos subterráneos y aun los superficiales, son parte de un ecosistema que urgentemente reclama acciones para lograr un mayor equilibrio.

Antes que pensar en obras complejas y titánicas, debemos de darnos cuenta de que la ciudad que compartimos acumula el desgaste de generaciones y las consecuencias de actuar pensando la ciudad solo para cubrir el bache por un corto plazo.

Los manantiales y ojos de agua que fueron vida para las familias de agricultores y ganaderos que vivieron durante siglos fuera del perímetro de la ciudad, cerrada por el Carmen y la calle Moro al poniente, por el Santuario y el  Hospital de Belén al Norte, Mexicaltzingo y el convento de San Francisco al Sur y San Juan de Dios al oriente, hoy siguen fluyendo a través de la ciudad moderna; se necesita una visión del desarrollo que resuelva esas carencias y pueda hacer eficiente las redes de agua potable, el drenaje sanitario y el drenaje pluvial, pues el entender que el agua que llueve tiene el mismo destino que el agua utilizada por los seres humanos es un grave error.

El proyecto de un drenaje profundo que el oportunismo político de distintas orientaciones tratan de impulsar como la panacea, es claro ejemplo de un reduccionismo insultante, pues las evidencias que a diario rompen el pavimento demuestran que el drenaje actual, está roto y desconectado y lo primero es rehabilitarlo y racionalizar su operación.

Recuerdo la opinión de un entonces candidato a presidente municipal que resultó electo, y posteriormente buscó regresar al cargo, al señalar reiteradamente que el agua pluvial se aprovechaba muy bien en la hidroeléctrica de Agua Prieta, descartando así cualquier proyecto de reabsorción ordenada y estructurada de las aguas al subsuelo.

Esta visión ramplona de políticos sin capacidad de observar más allá de lo evidente es la que tiene a Guadalajara en vilo, sostenida sobre caudales turbulentos solo por endebles columnas de arena.

*Columna publicada en: https://marcatextos.com/deslaves-internos/


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