Formado en una cultura donde la supremacía del género masculino determinó, por muchos años, el comportamiento institucional; condicionado por una estructura de poder sexista; en medio de dos corrientes que se disputan la conducción de la grey católica en el mundo; presionado por dos visiones del futuro de la Iglesia: la conservadora y la modernizadora; atrapado en medio de una revolución tecnológica y del uso de la inteligencia artificial; ante la emergencia de prototipos de género antes inaceptables y el replanteamiento del papel de la mujer en todos los órdenes de la vida; en una realidad significada por la lucha comercial, la disputa del liderazgo político y del control de las materias primas de los países en vías de desarrollo -a eso obedece la guerra entre Rusia y Ucrania- entre las naciones más poderosas del planeta; con una distribución de los bienes económicos y culturales cada vez más injusta, un individualismo exacerbado y una juventud inmediatista, desinteresada en el conocimiento del pasado y en la evolución de la sociedad; se ha dejado de creer en algunos valores como la justicia y en la importancia de la familia.
Te recomendamos:
Hipersensibilidad de las crisis financieras
En este escenario correspondió al Papa Francisco conducir a la Iglesia Católica para adecuarla (inacabable tarea) a los tiempos presentes.Es evidente que las instituciones se encuentran en crisis ante la velocidad de los cambios en el mundo moderno. Paradójicamente, hoy somos más ricos en términos colectivos y más pobres individualmente. Somos más libres y, absurdamente, usamos la libertad para entronar regímenes totalitarios que, usando los medios de comunicación, legitiman su afán de predominio. Estamos más informados de lo que sucede en el mundo y somos más ignorantes de lo que sucede en nuestra proximidad. Somos, contradictoriamente, más críticos y más indiferentes, menos proactivos. Aunque cualquier generalización es inaceptable, en este escenario todo se vuelve más confuso. De ahí la trascendencia de los cambios conducidos por el Papa Francisco durante su pontificado. Autor de tres encíclicas, manifiesta en ellas su preocupación y el compromiso de la Iglesia con los más pobres, los desheredados de la vida, los migrantes, el trato discriminatorio hacia a la mujer, su fe en la ciencia (durante la pandemia promovió la vacunación), la educación y el medio ambiente. Criticó la corrupción y propuso una política con vocación de servicio centrada en la dignidad humana, la justicia social y el bien común. El Papa Francisco comprendió que es imprescindible modificar paradigmas para ajustarse a la turbulencia de esta realidad cambiante.
¿Alguien, seriamente se pudo imaginar, hace algún tiempo, a mujeres administrando la comunión, ejerciendo cargos de importancia en el Vaticano o al Papa bendiciendo a personas de la comunidad LGBT? “¿Quién soy yo para juzgarlos?”. En esa maravillosa frase se define la filosofía de una institución y de su pastor, cuyo objetivo es salvar almas y cuidar cuerpos. Espíritu y materia, eso somos.
El padre Chayo decía que hay personajes ejemplares, pero inimitables, y personajes ejemplares e imitables. El Papa Francisco entra en esta categoría. Descanse en paz.
eugeruo@hotmail.com