Con la venia de los propietarios de la historia y la crónica de Guadalajara, como habitante de esta muy noble y leal ciudad, siguiendo los versos de la Suave Patria, Guadalajara “donde vive la raza de bailadores de jarabe”, se yergue ante los ojos de cualquier visitante, una urbe altiva y moderna, y basta recorrer sus calles para darse cuenta del privilegio que significó en su momento la ubicación de la ciudad en este extenso y plácido valle de Atemajac.
Ciudad rodeada por el milagro de una laguna, otrora referente de belleza y de enormes recursos materiales, que significaba para la ciudad la permanente mediadora de su clima, conjuntamente con la Laguna de Cajititlán y el paso por sus tierras del entonces caudaloso Río Santiago.
Por el norte se abre portentosa la Barranca de Oblatos, un don que la naturaleza le ha otorgado, pocas ciudades de México pueden contar con una sima en sus linderos, acaso chihuahua, pero sus hondonadas están muy lejos de la ciudad.
Por el sur el río Santiago rompe su camino para caer en una depresión, formando una cascada a donde los antiguos organizaban viajes para admirarla y bañarse en sus aguas.
Por el poniente el bosque de los Colomos y sus dos ojos de agua que surtían y siguen surtiendo de ese líquido a gran parte de la ciudad.
Masas de construcciones
La ciudad creció y sus límites no pudieron detener su crecimiento, la basura, la contaminación, el exceso de habitantes y de vehículos rebasó la lógica de sus defensas naturales y en cualquier espacio se levantaron primero fraccionamientos, enormes masas de construcciones populares.
Después, cuando ya no había lugar para levantar casas palomeras, se ideó la forma de suplir este obstáculo construyendo edificios, enormes edificios de hasta 20 pisos para dar alojo a cientos, quizá miles de habitantes que habían sobrepoblado los espacios habitacionales.
La ciudad se comió los jardines públicos, las áreas de recreo establecidas por los constructores al promover sus condominios, desaparecieron las áreas verdes en gran parte de la ciudad, se abrieron en su contra espacios para hacer gimnasia, yoga, y todo tipo de deportes bajo techo.
Mientras tanto el agua utilizada para vivir seguía siendo la misma, se escaseaba, obligando a los sistemas oficiales de Agua Potable a establecer nuevos y continuos cortes en el servicio a colonias enteras cada día más prolongados.
El clima de la ciudad por su parte se ha visto también afectado, las calles empedradas anteriormente hoy son planchas de concreto, y los servicios de transporte colectivo y los vehículos privados se han multiplicado.
Los espejos de agua que antes significaron un alivio y un freno al sofoco veraniego son ahora, como lo afirma el compañero Andrés Gómez Rosales, verdaderas letrinas cuyo hedor se percibe a kilómetros de distancia.
El Río Santiago por ejemplo en su paso por San Cristóbal de la Barranca, arroja su hedor lejos, muy lejos, es el drenaje de la ciudad llevando sus desechos rumbo al mar.
Guadalajara, una de las grandes capitales de América, seguirá creciendo, seguirá arrojando sus desechos al río Santiago, y las planchas de concreto seguirán robando espacios a los respiradores de tierra que aún quedan, es el precio de la modernidad, es el costo de vivir en la “Perla de Occidente”, en la “Ciudad de las Rosas”.
Quienes tenemos la oportunidad de vivir bajo su cielo, solidariamente hemos aceptado pagar ese precio, “ni modo. . .Como dice Carlos Fuentes . . . Aquí nos tocó”.