Como experiencia de los últimos cien años el país no tiene claro por donde caminarán los resultados de quienes habrán de dirigir sus destinos, generando una incierta ruta electoral.
Después de decenas de años en que los procesos electorales en el país otorgaban certeza a través de un partido político dominante, llegamos al momento en que se cae en la incertidumbre del rumbo a seguir, de personajes y liderazgos, como de grupos de poder dominantes.
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Como experiencia de los últimos cien años el país no tiene claro por donde caminarán los resultados de quienes habrán de dirigir sus destinos.
Los partidos políticos continúan por la ruta de la atomización, dominados por conflictos internos y con la pérdida ideológica y de principios que los guiaron, que era el instrumento con que la clase que los gobernaba tomaba de pretexto para dirigirlos.
Bien cercanos a los equilibrios entre los intereses colectivos y los individuales como actuaba el PRI o cuando se acercaban a valores de contenido religioso que determinaba una conducta conservadora, mojigata en muchos sentidos, pero se tenía claridad sobre que sustentaban sus criterios, estrategias y políticas.
Sin embargo, en los últimos tiempos y contaminadas las izquierdas locales de populismo demagógico,
acabaron perdidas, sin contenido ni rumbo, acabaron dominando los intereses y sobre todo los antivalores y la falta de escrúpulos.
Todo se ve como el resultado cultural de una época, en que se pierden los referentes morales e históricos. A partir del desarrollo de las comunicaciones electrónicas, las redes y toda una subcultura de la comunicación, en que se pierden paulatina pero inexorablemente los valores básicos de la libertad y la convivencia colectiva.
Todo mundo acaba por encerrarse en sus propios intereses y la materia que nos liga como comunidad, se extravía o pierde consistencia y empezamos a actuar como islas humanas, en las que predomina el interés personal, a lo sumo los intereses grupales.
El futuro del país aparece como el resquebrajamiento de la gran corriente política populista que se creó en el entorno de Andrés López Obrador, acelerada por los intereses y ambiciones de grupúsculos y de seudo líderes, que perdieron no solamente el rumbo sino todo sentido de solidaridad y honestidad.
En tanto los partidos marginales, incluyendo a Movimiento Ciudadano se distinguen por la búsqueda desenfrenada de acumulación de riqueza para sí y para sus familiares cercanos, con un sentido depredador, con ansías de consumo no visto salvo momentos excepcionales de la historia del país, en que aparecieron dirigentes desquiciados por la ambición de riqueza y un hambre insaciable de acumulación de bienes.
Entre esa atomización política, la pérdida de valores personales y políticos, liderazgos corrompidos, partidos políticos divididos por intereses y la falta de escrúpulos, destrozados los instrumentos de justicia y electorales, la sociedad observa con asombro e incertidumbre un futuro abrumador y sin expectativas de mejorar la vida en convivencia.
¿De donde habrán de salir candidatos confiables? ¿Cuáles serán los partidos políticos honorables que servirán de avales de las candidaturas? ¿Cuáles serán las autoridades electorales calificadas que conducirán los procesos y quienes calificarán los resultados? Todo se envuelve en una incógnita.
En tanto algunos personajes ambicionan llegar a las posiciones estratégicas para saquear gobiernos, la sociedad mira desconcertada la falta de opciones que le habrán de solucionar sus problemas.