Si bien siempre ha habido intereses mezquinos que se inmiscuyen en la vida de las instituciones de educación superior, en los últimos años se ha acentuado su deterioro moral y de calidad.
En la Universidad de Guadalajara, en la de Colima, en la de San Luis Potosí y ahora nos enteramos que también en la de Sinaloa se repite y acentúa la historia de la degradación de las instituciones.
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En la Universidad de Guadalajara de la mano de las organizaciones estudiantiles, ha corrido paralela la historia de la educación superior, contaminada de la delincuencia. En la década de los setenta surgieron los grupos paramilitares para ser enfrentados a las manifestaciones guerrilleras.
En los ochenta algunos funcionarios se ligaron con el llamado Cártel de Guadalajara de Rafael Caro Quintero y Miguel Ángel Félix Gallardo, en los noventa participaron con el Cártel de Ciudad Juárez y con los Arellano Félix.
La Universidad de Colima con fuerte influencia de la de Guadalajara, en especial de Enrique Zambrano Villa, acabó ligada, con grupos de la delincuencia organizada, a la par que tomaba el control político del Estado.
Lo que no habíamos conocido es que la delincuencia se volviera un factor de decisión estratégica y administrativa, a la vez que los líderes de la delincuencia utilizaran los recursos humanos y materiales para manipulación política y para lucrar con ellos.
Así nos enteramos recientemente, sucede en la Universidad de Sinaloa, en la que el gobierno del Estado y los dirigentes universitarios en turno, consultan las decisiones a los líderes facciosos.
De dicha manera los valores de las universidades corren en sentido inverso a la formación de profesionistas con códigos de conducta intachable.
Las universidades en lugar de innovar descienden en la escala moral, en tanto la investigación científica se convierte en falacia.
Lejos queda el sentido de la educación superior de países avanzados que conducen el desarrollo industrial, económico y cultural. En tanto los funcionarios locales piensan en mano de obra electoral y depredar los bienes.
Aún más lejos está la sociedad de lograr una vida de bienestar y convivencia civilizada, cuando las instituciones que debieran procurar ese fin están en manos de delincuentes y dirigentes sin escrúpulos, que tienen el uso de la violencia como valor supremo, por encima de la honradez y la dignidad de comunidades y personas.
Si el Estado no asume con firmeza sus funciones medulares, esto es, el control del uso de la fuerza equivalente a la seguridad pública, si no protege y conduce con esmero los valores en este caso la educación y la cultura, necesariamente pierde su razón de ser.
Si pierde su esencia el Estado, la sociedad va camino al fracaso y la comunidad y la persona en lo individual, pierden también su razón de ser.
La aspiración última, social e individual es ser mejores, si se renuncia a su búsqueda, se pierde la esencia y el contenido del ser humano. Nos condenamos así al fracaso como barbarie a través del cinismo social.
[…] La perversión de la educación superior […]
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