La vejez es considerada por algunas culturas como una especie de acervo histórico, de
custodia de la memoria y de referente inequívoco de los hábitos, costumbres y
tradiciones de los diversos grupos humanos que pueblan la tierra.
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Sin embargo, para otras sociedades, la vejez es un lastre con el cual deben cargar
las comunidades, los grupos humanos, las familias, son los ancianos, para los
integrantes de estas culturas, una desgracia que va aparejada a la pobreza, o a la
dolorosa miseria en muchos casos, y que no tiene solución alguna, ni en el corto ni en
el largo plazo.
Las religiones en su mayoría encontraron en este sector de la población una veta
inacabable, un rico filón con el cual a través de los siglos se han enriquecido, y han
logrado además obtener el respeto y la veneración de muchos creyentes o admiradores
de sus credos.
Igualmente, en los círculos del poder, también se ha dado esta circunstancia, los
ancianos se vuelven bandera, ejemplo para las nuevas generaciones, adalides de
luchas que no tuvieron, pero que se les inventan para conseguir el respaldo de
pensadores, intelectuales y políticos sobre todo.
Pero no todos los “viejos” tienen esta suerte, algunos ni siquiera existen, son invisibles, viven en los suburbios más humildes de las grandes ciudades, carecen de cualquier documento que los pueda identificar, son discriminados y algunos agredidos, no sólo por sus familiares sino por cualquier
transeúnte que por casualidad los encuentre.
Nada extraño es lo que sucede, los anales de la historia narran estos hechos
sucedidos con frecuencia en todos los rumbos de la tierra. En las obras literarias
también aparecen los “viejos” descritos en este caso por los amanuenses, copistas o
escritores como personajes cómicos, objetos del sarcasmo y la burla, seres que se ilustran arrumbados en las aceras de las calles, en los rincones de las iglesias, en los mercados.
En el cine en el teatro, en la música, de la misma forma, los “viejos” ya no aparecen
como figuras principales, son comparsas, suplentes o cualquier otra cosa. Se pensará
por eso que ya no hay ancianos intelectuales, que todos los “viejos” son fichas
gastadas, que han perdido la memoria, que están agotados, depauperados, lo cual
puede ser cierto, pero como decían en los pueblos en defensa de los ancianos “en toda
danza hay un “viejo”.
Alto costo de vida
Con las reformas actuales, los ancianos han tenido un descanso en su diario calvario
económico sufrido por años, aunque no se sepa, y quizá no se sepa nunca de donde
han salido los recursos, pero por lo pronto les “cae” un dinero que no tenían.
Quizá por eso se piense que ya todos los “viejos” enriquecieron, que los hombres y mujeres que
antes se encontraban en la pobreza, ya pueden tener acceso a los servicios de salud, a
los albergues, o casas de retiro para vivir o por lo menos pasar las noches.
Pero lamentablemente, los costos de la vida se han incrementado en forma exponencial,
basta ver los precios de las medicinas y de los alimentos para darse cuenta que poco o
casi nada ha cambiado, son los mismos inacabables días de espera para conseguir
una cita médica, son las mismas largas filas para ser atendido en los nosocomios
públicos, sólo para darse cuenta después de hacer la fila, que no hay medicamentos.
Protección a ancianos
En nuestro país no obstante lo anterior, existen ordenamientos jurídicos que
protegen a los ancianos.
En la Nueva Ley de los Derechos de las Personas Adultas por
ejemplo, publicada su última reforma el 25 de junio de 2022 se encuentran
establecidos los derechos de los “viejos” su intención es principalmente; “establecer y
garantizar el ejercicio de los derechos de las personas adultas mayores, así como
establecer las bases y disposiciones para su cumplimiento,”.
Entre las disposiciones más irrebatibles se encuentran las siguientes: Evitar
I.- La violencia psicológica. Es decir, cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad
psicológica, que puede consistir en: negligencia, abandono, descuido reiterado,
insultos, humillaciones, devaluación, marginación, indiferencia, comparaciones
destructivas, rechazo, restricción a la autodeterminación y amenazas, las cuales conllevan a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la devaluación de su autoestima e incluso al suicidio;
II. La violencia física. Cualquier acto que inflija daño no accidental, usando la fuerza
física o algún tipo de arma u objeto que pueda provocar o no lesiones ya sean internas,
externas o ambas;
III. La violencia patrimonial. Cualquier acto u omisión que afecte la supervivencia de
la víctima. La transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de
objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos patrimoniales o recursos
económicos destinados a satisfacer sus necesidades y pueda abarcar los daños a los
bienes comunes o propios de la víctima; hecha excepción de que medie acto de
autoridad fundado o motivado;
IV. La violencia económica. Toda acción u omisión del agresor que afecte la
supervivencia económica de la víctima. Limitaciones encaminadas a controlar el
ingreso de sus percepciones económicas, así como la percepción de un salario menor
por igual trabajo, dentro de un mismo centro laboral;
V. La violencia sexual. Cualquier acto que degrade o dañe el cuerpo y/o sexualidad
de la víctima y que por tanto atente contra su libertad, dignidad e integridad física.
Ante tales señalamientos, la existencia de una política a favor de los ancianos no es
que falte, simplemente jamás se le ha dado cumplimiento. Al parecer estamos aún en
los tiempos de la Colonia. Ante cualquier edicto o mandato del virrey o incluso del rey,
los súbditos siempre contestaban. “Se acata, pero no se cumple”.