Hay acontecimientos que, quieras o no, van dejando huellas en tu vida. Algunos revelan lo peor de la condición humana y otros, por el contrario, son expresiones que te reconcilian con ella.
Dentro de los primeros, hay uno muy reciente que nos debe lastimar profundamente como sociedad: el secuestro y asesinato de ocho jóvenes que trabajaban en un call center y que, a decir de las autoridades, se dedicaba a cometer estafas telefónicas.
Los responsables de la investigación localizaron, a raíz de una denuncia anónima, los restos de estos muchachos que no cometieron más delito que contratar sus servicios con una empresa que bien pudo haberlos coaccionado para la comisión de actos fuera de la ley y, posteriormente, asesinarlos.
Se desconocen, hasta el momento, quiénes son los responsables y los móviles de los crímenes. Habrá que esperar.
Entre tanto, la cifra de desaparecidos y secuestrados continúa incrementando ante la incapacidad de las autoridades y pese al sufrimiento de familiares y amigos de las víctimas.
Si bien, día a día, sucede barbaridad y media en nuestro país, no deja de ser alentador formar parte de una sociedad capaz de respetar las creencias y el derecho de autodeterminación de todas las personas por el solo hecho de serlo.
Prietitos en el arroz
Durante este mes, se han realizado en nuestra ciudad una serie de manifestaciones multitudinarias inimaginables hace algunos años. Los prejuicios, la hipocresía y la doble moral lo hacían imposible.
Hemos cambiado. Somos más abiertos. Hoy, quienes quieran expresar públicamente sus ideas, en ejercicio de su libertad y con respeto a los demás, lo pueden hacer -aun cuando algunos se excedan-.
Prietitos del mismo arroz, coincidiremos en que son preferibles algunos abusos que la represión.
Los tiempos actuales son complejos. Los hechos comentados reflejan la existencia de fenómenos contradictorios y concurrentes: por un lado, la incontenible violencia soportada en la ineptitud o colusión de las autoridades responsables de salvaguardar la vida y el patrimonio de los ciudadanos.
Y, por el otro, expresiones de organizaciones civiles independientes que al Gobierno no le queda más remedio que consentir. La tolerancia es indispensable cuando se vive en medio de una sociedad profundamente diferenciada.
Tal parece que este es el camino para la maduración de las relaciones entre pueblo y Gobierno. Hoy, el ejercicio de la autoridad -ya sea familiar, educativa, política, religiosa, empresarial e incluso, la militar-, está siendo o puede ser condicionado por el ciudadano de la calle. La capacidad instalada en cada celular permite difundir, a través de las redes sociales y en tiempo real, cualquier intromisión o exceso cometido o en vías de ser cometido, ya sea por las autoridades o por los particulares.
Podríamos pensar en la creación de una contraloría ciudadana, independiente del Gobierno, en la que cada persona, celular en mano, se convierta en un valladar frente a cualquier tipo de abuso, venga de donde venga. Aprovechemos los avances de la modernidad para construir una sociedad fuerte, capaz de limitar los excesos del gobierno. Se aceptan sugerencias.