Dentro de los “invisibles” podemos enunciar a un preocupante número de ciudadanos que sufren las consecuencias de la deficiente aplicación de políticas públicas.
A principios de la década de 1950, el cineasta español Luis Buñuel presentó la película Los olvidados, filmada en las afueras del entonces Distrito Federal. La cinta causó gran revuelo en sectores de la sociedad y del gobierno mexicano de la época, al grado de ser censurada y prohibida durante algún tiempo.
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Tanto en el ámbito social como en el gubernamental se negaba que el México mostrado en dicha cinta existiera.
Décadas más tarde, durante la administración de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), se acuñó la frase: “Ni los veo, ni los oigo”, en alusión a los señalamientos que sus adversarios políticos hacían respecto a la manera en que manejaba los destinos del país.
Tristemente, en la actualidad la mayoría de los responsables de las administraciones en los tres niveles de gobierno —federal, estatal y municipal—, sin importar el color de sus partidos (morado, azul, rojo, verde, anaranjado, verde-blanco-rojo, entre otros), han adoptado esa frase como bandera política. Y lo más grave: ya no se utiliza únicamente contra adversarios políticos, sino contra la sociedad en general. Los más afectados, como siempre, son los de a pie: el pueblo.
Dentro de los “invisibles” podemos enunciar a un preocupante número de ciudadanos que sufren las consecuencias de la deficiente aplicación de políticas públicas. Programas y compromisos que durante las campañas se prometen con tal de obtener el voto, se desvanecen una vez alcanzado el poder. Como por arte de magia, muchos gobernantes olvidan el compromiso adquirido con los electores: ejercer el gobierno con voluntad, eficacia y eficiencia.
Las razones, justificaciones y excusas de por qué no cumplen son innumerables y ocioso resulta enlistarlas; un día sí y otro también pregonan a los cuatro vientos su lista interminable de “etcéteras” para explicar por qué no cumplen con su encomienda.
Hoy nos ocuparemos de un hecho ocurrido el pasado lunes por la tarde-noche.
Es sumamente preocupante cómo la realidad y nuestra capacidad de asombro son superadas día tras día. Cuando pensamos que ya nada podría sorprendernos, la vida nos avasalla con hechos inesperados.
El caso más reciente se presentó la tarde-noche del lunes 8 de septiembre pasado, cuando una intensa lluvia azotó durante largo tiempo el sur del área metropolitana de Guadalajara.
Un gran número de personas, ya fuera que regresaran a sus hogares o salieran de sus trabajos en la zona, se encontraron atrapados en una situación sin precedentes en la memoria colectiva: quedaron varados e inmovilizados al extremo de verse obligados a pasar la noche en el transporte público o en sus vehículos particulares, víctimas de las inundaciones.
Como si lo anterior fuera poco, a la mañana siguiente tuvieron que dirigirse desde esos mismos lugares hacia sus trabajos, caminando hasta el periférico por calles que aún a esas horas seguían inundadas. Algunos testigos relataron que tuvieron que despojarse de parte de sus ropas para evitar llegar empapados a sus centros de trabajo.
Me pregunto, y les pregunto a ustedes, estimados lectores: ¿podría calificarse este evento como dantesco? Las imágenes que circulan en todo tipo de medios de comunicación son un testimonio contundente.
Si me permite el señor Julio César Hernández parafrasear el título de su artículo del miércoles 10 de septiembre del presente año:
“Gobernador, Diputados, Alcaldes, Empresarios, Comerciantes, Banqueros y Sociedad: ¿Cómo dormimos la madrugada del lunes 8 de septiembre de 2025?”
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