¿Qué sería de la humanidad sin los libros, sin esa maravillosa creación de nuestra especie? ¿Qué sería de ti y de mí si no hubiésemos aprendido a leer? Seríamos una sociedad sin memoria, sin pasado, presente, ni futuro; cavernícolas eternos, caminantes sin destino, romeros sin creencias, marinos sin carta de navegación en el océano de la ignorancia.
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Afinidad entre ignorancia y tecnología
Los libros son el objeto que preserva la experiencia y el conocimiento milenario de los habitantes del planeta Tierra y ordenan nuestra conducta, gustos, preferencias e, incluso, nuestros compromisos sociales e individuales.
Es —la historia del libro— sabiduría colectiva concentrada en piedra, tabletas de arcilla, papiro, pergamino, amate, páginas de papel y, actualmente, en microchips, recuerda en El infinito en un junco, Irene Vallejo, excepcional escritora, filóloga y periodista oriunda de Zaragoza, España.
Sin duda, después de la invención del lenguaje, el libro es la mayor aportación del “hombre” a la vida en sociedad.
Como dato curioso, el primer autor del que se tiene noticia es una mujer: la poeta y sacerdotisa acadia Enheduanna, 1,500 años antes de Homero.
No es una exageración decir que cuando la palabra se vuelve letra escrita, se inicia la civilización. La razón es simple: sin el lenguaje gráfico no puede existir el orden y sin un orden que defina los términos de relación entre los habitantes de un territorio, entre sí y con su entorno, la vida en comunidad sería imposible.
Desde el Código de Hammurabi (actualmente en el Museo de Louvre) redactado hace más de 5,000 años, cuyo original, en piedra basáltica, se encontró en Susa (Irán) en 1901 y hasta nuestros días, nuestras vidas han sido normadas por la palabra escrita y los libros han sido su cauce.
El próximo miércoles se celebra el Día internacional del Libro. Acelerados por la prisa, impactados por una realidad llena de noticias negativas, deslumbrados por el brillo de espectáculos transitorios e insubstanciales, atraídos por el ruido y cegados por el consumismo, perdemos la atención en lo sustantivo.
Leemos poco, o de plano no lo hacemos, y quien no lee, difícilmente reflexiona. Dejamos de usar nuestra inteligencia, perdemos nuestra individualidad e independencia y nos convertimos en masa, manada: nos animalizamos.
Una tienda de libros promociona su venta con la frase: “si no leo, me aburro”, en clara inferencia a los borricos.
Para promover la lectura, cada año en Guadalajara se celebra la Feria Internacional del Libro (FIL), evento que nos permite conocer parte de la producción libresca del mundo.
Para cobrar una idea de la explosión del conocimiento, la Biblioteca de Oxford, Inglaterra, recibe mil publicaciones diariamente para integrarlas a su acervo, desde ciencia y tecnología, literatura y arte, cocina y moda, hasta propuestas para resolver los problemas de la cotidianidad e iniciativas para mejorar nuestro espacio vital.
La historia del libro no ha estado exenta de riesgos. Ahora mismo, hay quienes suponen que el libro desaparecerá, como sucedió con las bibliotecas de Asurbanipal, Alejandría, Pérgamo y Éfeso, entre otras. Destruir un libro es un crimen de lesa humanidad. A nosotros corresponde el derecho y la obligación de protegerlos y leerlos.