Para el gobierno federal que inicia el primero de octubre viene una tarea nada fácil, caminar sin friccionarse con el líder tradicional de su corriente y generar su propia imagen y agenda.
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Las acciones realizadas por el gobierno saliente son ilustrativas del afán de construir una estructura, que opere como camisa de fuerza para el gobierno entrante.
Cambios constitucionales sin buscar el consenso y convencimiento de las fuerzas sociales que existen del país y menos aún del extranjero, que intervienen en la dinámica democrática y económica nuestra. Es evidente que los procesos forzados con que se ha conducido esta última etapa del gobierno saliente, no generan consenso.
Por otro lado, aparecen desacuerdos o quizá conflictos entre los miembros del nuevo equipo. Los medios han ilustrado la inconformidad del Secretario de Hacienda ante la imposición de funcionarios en su esfera de influencia, en tanto que los fantasmas de Ernesto Zedillo, Pedro Aspe y Serra Puche, empiezan a enseñar la cabeza, como presagios de desestabilidad financiera.
Las señales de inconformidad que al parecer venían contenidas, en espera de cambios de rumbo y de propuestas de corrección de la nueva administración, empiezan a desbordarse.
La esperanza de un cambio de la tolerancia mostrada ante decisiones desafortunadas, por señales de cambio y actitudes de atender las demandas sociales desatendidas, empieza a mostrar señales de agotamiento.
Antes bien, como presagio de males por venir se presenta la descomposición del grupo principal de la delincuencia organizada del país, que desestabiliza no solamente el gobierno de Sinaloa, sino que mete presión en los estados vecinos y aun al propio país.
Todo ello ante la incapacidad de los organismos de seguridad, que aparecen rebasados ante el inmenso poder bélico de las bandas. Como jinetes apocalípticos aparecen cada más cercanos dos de ellos, el de la inseguridad pública y el de la crisis financiera.
En tanto quien será la nueva titular del Poder Ejecutivo se empeña en tranquilizar los mercados, las acciones y declaraciones de las alas duras de Morena buscan desestabilizarlos. En un accionar que no pareciera de desconocimiento o error, sino de actuar deliberado en afán destructivo.
La ciudadanía por su parte permanece expectante en espera de señales estabilizadoras, en un afán de diálogo, como búsqueda de las soluciones que el país requiere, de civilizadas soluciones ante un entorno internacional también amenazante, ante figuras que rebosan agresividad.
De alguna medida la sociedad esta expectante y en espera de soluciones de liderazgo propositivo y maduro, que nos proteja ante los enormes desafíos que representa un mundo que destruye sus recursos naturales, con total inconciencia y egoísmo.
Esperan los ciudadanos gobiernos razonables, que brinden oportunidades a los habitantes actuales y a las generaciones futuras, posibilidades de realización, de un mundo en que se reduzca la pobreza, la agresión y el afán destructivo, para convertirnos por medio de la educación, en seres tolerantes y solidarios.
¿Entenderán por fin los gobiernos electos, que la sociedad no les da un cheque en blanco, para derrochar los bienes precarios de una sociedad necesitada de resultados?
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