• miércoles, julio 2, 2025 5:29 am

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Por el bien ciudadano

simbolismo de la puerta
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Mientras me encuentro sentado frente a mi escritorio, pensando en la próxima columna (esta que lees), observo mi entorno y medito.

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Veo el mobiliario y algunas pinturas y retratos que me recuerdan a personas amadas o momentos importantes en mi vida.

Hay libros y objetos de arte, algunos sin mayor significación —salvo para mí—, entre ellos algunos payasos (a mi mamá le gustaban) que se fueron integrando en los viajes que realizaron ella y Coco, mi hermana.

Cuelgan de las paredes algunas caricaturas con temas políticos y un mapa antiguo de la ciudad amada, junto a las infaltables fotos familiares y un viejo crucifijo de marfil, obsequio del extraordinario escultor Juan José Méndez.

Al hacer el recorrido reseñado, involuntariamente me detengo en un objeto que, a fuerza de verlo y usarlo diariamente, no reparo (no reparamos) en la importancia de su función: la puerta.

La puerta se abre y se cierra; sirve, ayudada por las bisagras, para entrar y salir.

La puerta separa lo público de lo privado y lo íntimo de lo colectivo. Da acceso a la casa y conecta a los otros espacios de la misma.

El simbolismo que representa es enorme, expresiones como “las puertas del cielo” ilustran su importancia; cuando la salud entra en crisis, se habla de encontrarse a las puertas de la muerte; cuando un torero triunfa, sale por la puerta grande; cuando se realiza una acción inapropiada, sobreviene un portazo.

Al pagar el último abono del crédito con el que se adquirió la vivienda, se entregan las llaves de la puerta principal a su dueño como prueba de propiedad. Parecería un despropósito decir que, sin puertas, no existen ni la vida, ni la casa, ni la ciudad, ni el amor y, sin embargo, así es.

Hay puertas famosas: la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la Puerta del Infierno de Dante, la Puerta del Príncipe en mi admirada Sevilla y la Puerta de Alcalá, en mi no menos admirada Madrid; la Puerta de Brandeburgo, en el bellísimo Berlín, y qué decir del Arco del Triunfo en París, la ciudad más hermosa del mundo.

Solo agrego, porque el paisanaje se puede molestar si no lo hago, a nuestra puerta. Sí, nuestra ciudad también tiene su puerta, son los Arcos de Guadalajara.

El tema quizás podrá parecer un poco banal, pero no es así.

Ahora que las puertas de la razón se han cerrado a cal y canto, y personajes como Trump se empecinan en bloquear las puertas de la inteligencia y el avenimiento, debemos actuar con prudencia. Nada es eterno. De aquellos tiranos como Nerón, Calígula, Robespierre, Hitler, Stalin, Mussolini, Franco y Castro, entre otros, hoy solo queda un mal recuerdo.

Llegará el día en que los sembradores de la discordia, los opresores de la libertad y los que se piensan inmortales crucen, en su viaje al infierno, las puertas de la muerte.

A los demás nos corresponde, mientras tanto, mantener abiertas las puertas del amor y la esperanza.

*Columna publicada enhttps://www.informador.mx/ideas/La-puerta-20250622-0099.html


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