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Ser migrante o tener origen migrante en la actualidad, conlleva significados connotativos tanto de conmiseración como de desprecio, todo depende “del color del cristal con que se mire”, como ha escrito el poeta.

Dicha palabra sirve lo mismo para invocar la injusticia, la desigualdad y la violencia que obliga a los seres humanos a abandonar sus lugares de origen, como también este concepto, esta condición de  ser migrante, es para muchos motivo de repulsa.

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Semánticamente ser un “migrante” es el sobrenombre con el que  se identifica a cualquier persona, que abandona su lugar de origen en busca de otros destinos más amables fuera de su patria.

Pero también se  pueden llamar  “migrantes” a los éxodos  de grandes masas de personas, que huyen o buscan el exilio en otros países  ante el peligro de las persecuciones, de las guerras  y del hambre, que ronda casi todos los pueblos subdesarrollados de los cinco continentes.

En este caso, centenares de miles de hombres y mujeres incluyendo a sus hijos aún de brazos, recorren los caminos provenientes de lugares tan diversos como lejanos, para buscar en otras latitudes un paraje donde salvaguardar sus vidas y la de sus seres queridos.

Voces de líderes

Se escuchan las voces a este respecto de los líderes civiles y religiosos de toda índole, que claman por dar por terminado el sufrimiento de estos seres, que arriesgan incluso su vida para encontrar otra forma de subsistencia, menos dolorosa, por lo menos más humana, que la impuesta en aras de una nueva esclavitud tan  humillante y tan cruel como  cualquier otra en la historia del hombre.  

“No debemos acostumbrarnos a considerar…estos hechos… Como noticias ni a los muertos como cifras: ellos son rostros e historias, vidas rotas y sueños destrozados. . .No podemos resignarnos a ver seres humanos tratados como mercancía de cambio” conceptos vertidos por el Papa de la iglesia católica, Jorge Mario Bergoglio, ante el memorial de los marineros y migrantes  dispersos en el mar de Marsella.

Perder la patria

La maldición de perder su patria ha acompañado a todos los migrantes desde los tiempos que nos identificamos como seres humanos, no obstante que en esas nuevas tierras los migrantes encuentren mejores condiciones de vida y logren incluso niveles de progreso y prosperidad.

Es claro que las personas cualquiera que sea su raza o etnia, si abandonan sus tierras es por alguna causa que los lastima y los obliga a emprender este tipo de aventuras.

“El que pierde su patria, es extranjero en cualquier parte”, decían los griegos, una máxima cuyo significado parece no desaparecer de nuestra vida.

Aunque seamos habitantes del siglo XXI y estemos ya inmersos en los albores de un incipiente mundo globalizado, pues en cualquier país el estigma de ser migrante no desaparece ni con el trabajo, ni siquiera cambiando de nombre o apellido, ni tampoco con la adquisición de bienes o de nuevos estatus sociales.

Las características étnicas, las huellas presentes en el idioma, a veces hasta los gestos, así como las costumbres y creencias  ancestrales, salen a flote cuando menos se espera y junto a ello aparecerá la discriminación, el recelo, y en muchos casos hasta la perniciosa envidia.

Arriesgan migrantes la vida

Las palabras citadas del Papa Vergoglio se refieren a los miles de seres humanos que buscan llegar a Europa provenientes de África y de Oriente y que mueren en el desierto, o se hunden en el mar.

“El Mediterráneo es un cementerio donde está sepultada la dignidad humana”, ha dicho en el mismo acto.

Pero dichas palabras no nos son ajenas, en Nuestro Continente miles, tal vez cientos de miles de hermanos arriesgan su vida para atravesar las selvas del Tapón del Darién, selva inaccesible ubicada entre Colombia y Panamá.

Ahí mueren miles bajo la agresiva selva tropical, o son asesinados por los pistoleros del crimen organizado, que han encontrado en este lugar una mina inextinguible pues cada persona significa dinero: por prestarles salvavidas, por acompañarlos un trecho en la selva, por un lonche, por cargarles sus mochilas algún tramo del camino, o simplemente por permitirles el paso por lugares conocidos sólo por ellos.

Pero el calvario no termina en esa selva, deben continuar su camino hasta llegar a México, para ahí abordar el tren de “Ferromex” conocido como “La Bestia”, que los llevará desde los confines de Chiapas hasta la soñada frontera con los Estados Unidos.

“México está rebasado por flujo de migrantes”, eso asegura la canciller mexicana, y los propietarios de los trenes igualmente se han visto imposibilitados de continuar dando servicio por esas vías.

Según lo   manifiesta Iván Valencia de CNN, en ocho meses  han cruzado por el Darien 385 mil personas. Mismas que seguro habrán llegado a México.

En la revista Proceso apareció también una nota en la que señala que los trenes de Ferromex.  “La compañía ferroviaria  más grande de México. . Suspendería  los recorridos de  60 trenes de carga debido a cuestiones de seguridad, ya que han ocurrido diversos fallecimientos  y lesiones”.

Lo anterior con el costo de miles de pesos causados a las empresas por el retardo en la entrega de sus productos.

Debido a lo anterior, en el camino a la frontera con USA han quedado varados cientos de “migrantes”: según los conductores de Univisión, 6 mil en Eagle Pass; mil 500 en Torreón, Coahuila; 800 en Irapuato, Guanajuato; mil en San Francisco de los Romo, Aguascalientes; mil en el tramo comprendido entre Chihuahua y Ciudad Juárez.

Pero estas cifras son momentáneas, tal vez para dentro de una semana se habrán incrementado, juntamente con los muertos y heridos y cientos de desaparecidos que no verán realizado su sueño americano, ni volverán jamás a sus lugares de origen.


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Jesus Rodriguez Gurrola

por Jesus Rodríguez Gurrola

Doctor en Letras Románicas en a Universidad Paul Valery de Montpellier, Francia. Profesor huésped de la Universidad de Varsovia, Polonia y de la Universidad de Hamburgo, Alemania Federal. Profesor emérito de la Universidad de Guadalalajara. Columnista durante 28 años de El Occidental.

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