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Por el bien ciudadano

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Me llama mucho la atención que ha recibido el tema de los narcocorridos. Como todo en la vida, hay cuando menos dos opiniones al respecto. Una lo desestima y la otra lo defiende como un ejercicio de la libertad de opinión.

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Los corridos son un género musical nacido de las entrañas del pueblo. Los corridos son narraciones musicalizadas que hacen referencia a sucesos ciertos, personajes reales que son mitificados por la imaginaria popular o eventos trágicos de la vida cotidiana.

Algunos relatan hechos heroicos como “Máquina 501”, que se refiere al sacrificio de Jesús García, quien saca de Nacozari, Sonora, un tren cuya carga de dinamita está a punto de explotar.

Otros, como “El Hijo desobediente”, son expresión de la falta de respeto por la familia y por la vida. Algunos como “Juan Charrasqueado” hablan de un machismo exacerbado, irresponsable y cínico que linda en los límites delincuenciales.

“Siete Leguas” ensalza el valor y la lealtad de un caballo. Los hay de amores frustrados como “Rosita Alvírez”, y aquellos que exaltan la admiración de un sector de la población por personajes, ordinariamente violentos, como “Simón Blanco” y “El ojo de vidrio”.

Lo anterior viene a cuento porque los corridos han actualizado sus contenidos a los tiempos de hoy: los narcocorridos o corridos tumbados.

Esta expresión musical refleja, tanto en sus letras como en sus intérpretes, la realidad que vivimos. Sus autores no son marcianos y sus fanáticos no vinieron de otro planeta. Se escandalizan porque en un auditorio de la Universidad de Guadalajara se presentó un grupo que cantó y la audiencia coreó temas musicales que, se dice, hacen apología de la violencia y del delito. La censura que se les quiere imponer como respuesta resulta ridícula. Nunca ha sido la prohibición a determinadas conductas la solución.

Ejemplo de ello es la criminalización del consumo de alcohol en los Estados Unidos durante los años 20 del siglo pasado, la que contribuyó al crecimiento de la demanda por parte del pueblo norteamericano.

Ya está bueno de que le hagamos al policía chino (da vuelta sobre sus propios pasos). En su lugar, enfrentemos, con políticas públicas serias, el problema de salud e inseguridad que representan el alcoholismo y la drogadicción. La solución se encuentra en la educación.

Para nadie es un secreto que el tráfico de todo tipo de estimulantes es un negocio y que este se soporta en una estructura empresarial.

Por lo tanto, como todo mercado, requiere compradores (adictos). El proceso de inducción al consumo se inicia en las escuelas primarias y secundarias, y su mayor potencial son las instituciones educativas superiores, puesto que el estudiantado representa una población con mayor recurso económico.

Los narcocorridos sólo describen la realidad. Hoy, los arquetipos sociales son de los que hablan los corridos tumbados o corridos bélicos. Sin embargo, la causa subyace y lo sabemos todos, en la pérdida de valores: el “éxito” soportado en el engaño, la ausencia de principios morales y una bajísima autoestima del ciudadano. El problema y la solución están en casa y en la sociedad. ¡Aceptémoslo!


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