“No todo está perdido en Dinamarca”, expresión del dramaturgo inglés William Shakespeare puede aplicarse a nuestra realidad como país, como nación, pues no obstante las resmas de papel impreso y los miles de minutos y horas trasmitidas en los canales de TV y en los teléfonos móviles, el México que vivimos en la actualidad no fue siempre así, se han requerido sacrificios sin medida y esfuerzos inusitados de la población, para que se pudiera ver cristalizado el sueño de las generaciones anteriores.
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Se pueden afirmar muchas hipótesis y presunciones acerca del visible desastre que se vive en nuestra realidad, sin embargo para quienes hemos tenido la oportunidad de constatar el desarrollo del país
durante algún tiempo, tales asertos en alguna forma resultan demasiado contundentes, y por lo mismo imprecisas, pues basta voltear hacia el pasado reciente para encontrarnos con otro país, con otros mexicanos, con otras instituciones.
No hace mucho tiempo por ejemplo: tener una cuenta de ahorros, una tarjeta de débito o de crédito, era simplemente una utopía, o como decía el film de Dustin Offman, un sueño de tantos, porque en principio
ni se inventaban aún, o por lo menos no estaban al alcance de las grandes mayorías.
El crecimiento de las industrias automotrices impulsó el deseo de simular la vida de los países desarrollados, y pronto las calles y carreteras de México se convirtieron en un enorme estacionamiento.
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También llegaron todos los artefactos de la industria alimenticia, y de la vida doméstica, estufas de gas, hieleras, televisión, y sobre todo los teléfonos celulares y los satelitales con los cuales se abrió una enorme brecha en lo que había sido un mundo aislado y desconocido, para encontrarnos con un sinfín de recursos y medios para establecer la comunicación entre todos los seres con vida y en cualquier lugar de la tierra.
En Jalisco por lo menos, la aparición de este medio, para muchos municipios significó un gigantesco salto tecnológico en este aspecto, baste referir una sola anécdota para ejemplificar la gran utilidad que
significó este servicio.
Durante el gobierno de Francisco Medina Ascencio (gobernador de Jalisco 1965-1971) se dieron los primeros pasos para comunicar después de siglos, algunos municipios que por su lejanía o por su
aislamiento geográfico, ni siquiera se sabía de ellos, como ha sido el caso de Huejuquilla el Alto que tomo como ejemplo al azar.
En ese municipio los lugareños que vivían en Guadalajara, deberían acudir al Palacio de Gobierno en donde mediante un sistema de “radiogramas” los comunicaban con la Presidencia Municipal, o bien ahí mismo se podían enviar recados escritos y se mandaban por el medio referido a los familiares en aquel municipio.
El arribo de la telefonía no obstante habría de esperar hasta después del gobierno de Luis Echeverría, época en que se instalaron los primeros cables de energía eléctrica y lo mismo sucedía con el transporte de personas hacia la región señalada: para salir de Guadalajara rumbo al poblado de Huejuquilla, los camiones salían por San Pedro Tlaquepaque, llegaban a Lagos de Moreno, pasaban de ahí a
Zacatecas, luego a Fresnillo, esperaban que el río disminuyera su caudal en tiempo de “aguas”, pasaban a Valparaíso Zacatecas y finalmente llegaban a Huejuquilla. Toda la noche y gran parte del día siguiente.
Esa era la vida en nuestros municipios, no hace mucho tiempo. Hoy la zona Norte del Estado cuenta con preparatoria y con un Centro Universitario que ha detonado el crecimiento de la región y ha podido
integrar a muchos jóvenes de la etnia Wirrárica.
Como ese ejemplo se podrían enumerar cientos, que son indicadores de un crecimiento y desarrollo cultural que han puesto a los municipios y sus poblados en otra dimensión. Realmente hemos caminado al ritmo de los vecinos del norte, incluyendo el crimen, la prostitución, el juego, el vicio de las drogas y sobre todo hemos adoptado su cultura del facilismo, y con ella el crecimiento de jóvenes “ninís”.
Miles de mexicanos que han perdido el amor al trabajo, que han dejado para otros su capacidad de rebeldía y contumacia y estamos a punto de perder la vitalidad que en otros tiempos nos dio la razón de vivir, ya no hay cabida ni siquiera para creer en la esperanza cristiana, porque también en ese aspecto hemos fallado.
Sin embargo, “no todo está perdido en Dinamarca”, no podemos dejar el futuro del país en manos de soñadores, y de Quijotes, la lucha se sigue dando en cada rincón de la patria, hay que seguir soñando, pero como señalaba el Príncipe Hamlet, con los ojos abiertos, para poder ver hacia donde se conducen nuestros pasos, para poder distinguir los caminos, para poder hacer oídos sordos al canto de las corruptas sirenas.
Parafraseando el grito de los muchachos del 68. “México vive. La lucha sigue”.