• miércoles, septiembre 18, 2024 7:13 pm

Proyecto Metropolitano ZMG

Por el bien ciudadano

Nuestra basura, ese otro black mirror

basura
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Quien ha gastado la suela y los ojos deambulando por las calles de esta noble ciudad bien sabe que esta capital no se distingue por su pulcritud.

Por aquí y por allá ha habido, al menos desde hace unas tres décadas, una anarquía mal disimulada donde retoza el río revuelto de los desperdicios.

Es fácil toparse con papeles que viajan de una acera a otra, bolsas de plástico volando llenas de aire y de nada, cestos rebosantes por los que se asoma lo mismo un vaso de unicel que marchitos cubrebocas.

Años luz nos separan de la limpieza de capitales como Aguascalientes y Querétaro. Acá tirar basura en la vía pública, ya no digamos producirla, es un hábito bastante extendido. 

Si lo sabrán los vecinos del primer cuadro de la ciudad: cada nuevo día es un volado, pues lo mismo la banqueta puede amanecer despejada o vestida algunas hojas secas que decorada con una llanta gastada, una lata de cerveza o una caca de humano, ovalada como un retrete.

calle queretaro
Calles de Querétaro limpias

De unos meses a la fecha el paisaje ha tomado el color de los dramas domésticos, pues el camión recolector se lleva las bolsas de basura con menos frecuencia que antes.

Esta falla en el servicio, que proveen trabajadores comprometidos, pero ya rebasados, hace mella en el ánimo de quienes vemos a nuestras bolsas de plástico casi echar raíces de tanto esperar su turno de marcharse.

Algunos bultos aún estoicos, otros desmayados, se van convirtiendo en estampa cotidiana de muchas calles del centro tapatío.

Imposible no recordar la famosa “crisis de la basura”, que durante casi veinte años azotó las calles de Nápoles y convirtió a la capital mundial de la pizza en noticia internacional recurrente. Bien saben los napolitanos lo amargo que es el perfume de la frustración, de los desechos orgánicos que se descomponen no allá lejos, en la galaxia desconocida de los vertederos, sino en nuestras narices, tan habituadas a aromatizar la pestilencia.

Duro es el golpe de los olores indeseables de todo aquello que un minuto después de no servirnos más se las arregla para apestar u obstaculizar contra la fluidez de nuestro espacio vital.

Turbio es el espejo de la basura: basta contemplarla por tres días más de lo habitual para recordarnos las cantidades monstruosas de desechos que arrojamos al mundo, impunemente.

Más allá de la ineficiencia operativa de la empresa contratada para recolectar, y de muchos valiosos esfuerzos por reciclar, reusar y reducir, más temprano que tarde se habrá de volver insostenible gestionar todos los residuos de una urbe gigantesca que no para de crecer. Y que no para, tampoco, de escupir desechos de chile, mole y picadillo.

“Hace días que el camión recolector no pasa”. Esta expresión denota la tristeza de un niño al que le han robado la magia, a quien lo despojaron de pronto de un hechizo: el de la suciedad que cada tercer día se desvanece.

Cuando la basura no se va, se siente como si uno la llevara a rastras. Una dosis de culpabilidad por el hiperconsumo, más una pequeña rabia hacia el ayuntamiento, me fastidia como una astillita en el ojo. Al desaparecer la basura vuelvo a parpadear tranquilo, limpio de preocupaciones y listo para, por ejemplo, mirar las ofertas de Amazon.


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por Juan Felipe Cobián

(Guadalajara, 1979) Este peatón es licenciado en Letras Hispánicas, editor, profesor, escribiente, miope y terco espectador del mundo.

2 comentarios en "Nuestra basura, ese otro black mirror"

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