Innumerables han sido los antecedentes en los que los procesos electorales en diversos países, han sido el detonador de violentas represiones y en algunos casos de revueltas, asonadas, y hasta revoluciones.
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Es larga la historia de estos acontecimientos, hasta se podría afirmar que la convivencia entre humanos, cuando se trata de nombrar o elegir a quienes habrá de dirigirlos, se rompe en enconadas y furibundas reacciones cuyo arrebato convierte a sus propios hermanos, a sus padres, a sus hijos, en enemigos mortales.
Los sumerios, los griegos, y aún los judíos narran en sus historias hechos de tal crueldad y furia que sólo la sangre de los contendientes lograba aplacar.
El relato de Caín y Abel en la Biblia judía es el más próximo a nuestra cultura, pero las guerras y las revoluciones entre hermanos sólo han cambiado de matices desde entonces.
La lucha por el poder de los monarcas de la antigüedad, las guerras de religiones, solo por imponer el predominio de un credo sobre otro.
Las guerras de conquista de los imperios europeos sobre los nativos de los pueblos africanos y de todos los naturales que se encontraban desde el Yukón hasta Cabo de Hornos en la llamada “Tierra del Fuego”, son todos estos referentes acaso sólo un botón de muestra de la inútil lucha por el poder.
En nuestra realidad, la misma historia se ha repetido por centurias, las guerras entre mexicas y los tlascaltecas apoyando a los españoles, la guerra de Reforma, la guerra contra el invasor americano, la lucha entre campesinos en la revolución de 1910-17, ejércitos de miserables vestidos unos de soldados regulares y otros de rebeldes, pero todos en busca de instalar a sus jefes en los estratos del poder.
Cientos de muertos, quizá millones en esas contiendas fraternas que aún los panegiristas no han podido justificar, porque en todos los casos el motivo principal del encono ha sido la ambición y el deseo de gobernar a esta sufrida Patria.
Con el invento de la democracia, llegada a México poco después de la Revolución, pareciera que la conciliación llegaría a estos linderos, pero no ha sido así, muy a fuerzas se podría decir que en nuestro país ha habido elecciones, pero no, no las hubo en el largo periodo de Porfirio Díaz, ni las hubo después, porque los hacendados disfrazados de revolucionarios impusieron sus normas, y reinstalaron en el poder a sus descendientes, o a sus empleados.
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Inventaron el PRI y éste instauró lo que decía Mario Vargas Llosa, la “dictadura perfecta”, en eso había
acabado la Revolución.
Los rescoldos de la violencia aún no se apagaban y el país había comenzado a “jugar” a los comicios, a tratar de instalar las urnas, para llevar al país por el camino del sufragio, pero lamentablemente no se puede hablar de democracia en un país donde la cultura es un privilegio de unos cuantos.
Hoy estamos a principios de un nuevo milenio, y la consigna indebidamente atribuida al dictador Joseph Stalin “ustedes voten yo cuento” parece ser la divisa de los huéspedes del Palacio Nacional.
Pero afortunadamente, en México a pesar de la violencia que se ha entronizado en las sierras de Guerrero, en los altos de Chiapas, y que se ha apoderado de casi todos los municipios serranos del país y de muchos urbanos, no caerá en la tentación de una elección de Estado, ni en una suspensión del proceso.
Aún está viva la esperanza, todavía creemos que por primera vez la voz de las urnas el 2 de junio, será la de los que nunca han sido escuchados, de los que han callado porque el agobio de la inercia y la frustración de sus ideales, los ha conducido a la apatía y a la indiferencia. Votaremos y contaremos los votos, eso es seguro.
ph. Un abrazo, y larga vida a nuestra agonica democracia.