Falta muy poco para conocer el desenlace de un largo proceso electoral lleno de excesos, medias verdades, candidatos chapulines, deslealtades, homicidios, secuestros, violencia, prevaricación, abusos de poder y de recursos, todo esto en medio de la indiferencia y el desagrado popular.
Somos testigos del más grande desenfreno en el gasto publicitario del que se tenga memoria. Bueno, la propaganda de la señora Sheinbaum ha llegado hasta Times Square, en el meritito centro de Nueva York (¿no que “gringos go home”?).
En las semanas siguientes seguro no habrá límites: el fin justifica los medios. En algunos casos, los candidatos serán coaccionados -por el Gobierno o por la maña- para hacer nugatoria su participación.
Las autoridades, los funcionarios electorales y los comunicadores serán asediados. El dinero, sin cuestionar su origen, circulará a raudales.
Lo que sucederá, aunque muchos no lo perciban, es el desvergonzado derroche para lograr la legitimación del proyecto de nación encabezado por el egregio prócer AMLO, heredero directo de Hidalgo, Morelos, Juárez y la retahíla de héroes que nos dieron patria y construyeron esta nación.
Prueba de los impúdicos acosos y persecuciones en contra de quienes identifica como sus enemigos, es la que dirige el Presidente en contra de María Amparo Casar por un supuesto delito cometido hace poco menos de 20 años.
La elección en la que participaremos millones de mexicanos de buena fe concluirá pocos días después; sus efectos, sin duda, trascenderán el resultado. Podemos aventurar que, de los candidatos, sólo pueden ganar Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez.
En el caso de la primera, su triunfo está siendo impulsado desde la Presidencia y celebrado en forma adelantada. “La elección sólo será un formulismo. El pueblo -léase López Obrador- ya decidió y lo hizo por mí”, declaró hace unos días, llena de soberbia, la abanderada del continuismo.
Obvio, el reconocimiento de su éxito sería inmediato y se festinará -de consumarse- con un mitin monumental en el Zócalo, desde las primeras horas de la tarde del 2 de junio como si fuese el 5 de mayo de 1862, cuando las armas nacionales se vistieron de gloria.
En el supuesto triunfo de la candidata opositora, las cosas pueden ser diferentes. Probablemente habría retraso en el anuncio del resultado y luego se descalificaría, acusando de fraude a los conservadores.
Acto seguido, el Presidente, envuelto en la bandera nacional, convocaría al pueblo de México a una concentración en el Zócalo, incitando a la violencia para defender las conquistas de la 4T. De lo que puede suceder después de la elección, ya hablaremos.
No sé usted, pero yo estoy hasta la coronilla. Lo que debería ser una justa electoral ejemplar por la calidad de las propuestas, el respeto a la inteligencia y la recta intención de los participantes, se volvió una desenfrenada y cínica lucha por conservar el poder.
La ambición enferma y el mesianismo obnubila. Sólo hay una medicina para curar ese mal: salir a votar y lograr que el triunfo sea por una mayoría importante. ¡Cuidado! En carruaje mortuorio se aproximan la libertad y la democracia.