No obstante que el tiempo sigue su marcha igual que siempre, para los nuevos próceres quienes tienen la urgencia de conocer los resultados de los próximos comicios, pareciera que está detenido, que hace mucho no camina, y el primer domingo de junio de este año electorero de 2024, les parece estar muy lejos.
Han sido cinco años de esperar, de acariciar una nueva oportunidad de enrolarse en el carril del poder, cinco años en los cuales abandonaron su condición de líderes, de guías, o en todo caso de representantes de un sector de la sociedad, para incorporarse a un proyecto de Estado nacido de la euforia y la exaltación.
Atrás quedaron las promesas y la palabra empeñada de enderezar los entuertos de sus paisanos, de buscar soluciones a los problemas más apremiantes que de seguro les fueron planteados, el sonido del metal aurífero, hoy convertido en transacciones bancarias o en dinero de papel moneda han sido más convincentes, ni en los cabildos municipales, ni en los órganos colegiados de los Congresos Federales y Estatales ni en el Senado, se ha escuchado la voz de los representantes populares si no es para corroborar con su voto o con su silencio, las consignas del supremo poder a quien le deben sus curules.
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Pobreza y peligro
A la sombra de este silencio cómplice, la pobreza entre otras tragedias ha alcanzado niveles de aflicción y de peligrosa inquietud, que se traducen en incontables luchas contra la delincuencia que los oprime y los explota, lo mismo sea en el medio rural como en las superpobladas urbes.
El ciudadano común, el que trabaja para generar impuestos está abandonado, en el campo, los desplazamientos de poblaciones enteras en busca de nuevos espacios donde no sean asesinados, y el hecho de crear en las poblaciones cuerpos de defensa con miembros de la población civil, incluyendo el lastimoso y desgarrador hecho de armar a los niños para defender sus tierras, sus hogares, su misma existencia son muestras inequívocas de este pervertido abandono.
Mientras tanto, en el mismo país. “Sobre la misma tierra”, esta desigualdad ha generado entre otros extremos, el crecimiento desbordado de la riqueza privada de la nación. Según pueden consultarse los datos proporcionados por Yeshua Ordaz en el diario “Milenio”, quien al respecto afirma: “En México, 294 mil personas poseen más de un millón de dólares y la suma de sus fortunas representa 60 por ciento de la riqueza privada (…) Los “ultrarricos” de México deben su fortuna a décadas de gobiernos que permitieron su acumulación de poder e influencia, según lo establece en la misma publicación Carlos Brown. “Esto les ha permitido crear monopolios en prácticamente todos los sectores clave de la economía mexicana”.
No hay dinero que alcance
El intento de lograr una sociedad menos desigual, ha llevado a los transformistas a repartir a diestra y siniestra, apoyos en efectivo a más 11.5 millones de personas adultas, con carácter de universal, sin tomar en cuenta, que muchos de esos millones de beneficiarios por su condición económico-social para nada ocupan ese tipo de apoyos, y lo mismo sucede con millones de estudiantes que no requieren de esos subsidios, pero si alteran las cifras de los presupuestos federales, de tal forma que en el muy corto plazo se habrá de recurrir a un endeudamiento, que tal vez no será factible saldar en muchísimos años.
Esto en consecuencia produce una imagen engañosa de progreso, sólo válida para las portadas de la prensa y de la TV , pues dicha erogación no está fundada en ingresos reales, como aseguran los economistas, porque es palpable en cualquier instancia, que el desempleo y la miseria siguen creciendo aún con el reparto de esos subsidios, pues digan lo que digan los “transformistas”, dicha partición de dinero no ha mermado en lo más mínimo la pobreza en que vive la mayoría de habitantes de esta gran nación, ni ha servido para generar nuevos alientos en la juventud, pues sus estudios no han alcanzado la excelencia en sus notas en ningún nivel y los recursos recibidos por este medio, en la mayoría de los casos se destina a cualquier cosa menos a la compra de material educativo.
El tiempo, sin embargo, como se ha dicho con anterioridad sigue su marcha y aunque por el momento no se contempla forma alguna de frenar estos desaciertos en la política económica del Estado, todo llegará a su tiempo, pues no hay mal que dure cien años, ni pueblo que los aguante. ¡Esperemos!