Este es el día del festejo, del homenaje, del reconocimiento al maestro
Eduardo Corona Santana*
Ser maestro es una labor callada, silenciosa, incomprendida porque se ha desviado su vocación. Más bien, diría su apostolado. Sí.
Esa tarea titánica de enseñar, formar, cuidar, velar, corregir, encauzar y llevar de la mano a quienes, desde la tierna edad, cuando apenas balbucean, hasta lograr con el tiempo, que lleguen a ser brillantes estadistas, doctores, científicos y líderes en distintos sectores de la sociedad.
Hoy es el Día del Maestro. Día de fiesta, de gratitud, de estímulo para ese profesor o maestra consagrada en cuerpo y alma a despertar a una sociedad que sueña un día con llegar a escalar montañas altas y a superar obstáculos en la vida.
Buen pastor
Para los maestros, diría yo, una bendición por ser –metafóricamente- los Buenos Pastores que dan la vida por su rebaño.
Que conocen a sus ovejas y que les llaman por su nombre. Y que, por amor y vocación, van al lugar más remoto a buscar a la que se ha extraviado.
Contenido relacionado:
A los maestros, con admiración y gratitud
Pero- alerta-, uno como alumno también debe conocer a su Pastor y no perderse en el laberinto de voces que nos llaman por diversos caminos y que nos llegan a extraviar: el poder, el dinero, el odio, la venganza, la drogadicción, la delincuencia, la corrupción, etcétera.
Hay que saber distinguir entre un auténtico maestro que se prepara, capacita, trabaja y va a la vanguardia para afrontar los retos de su época y no quedarse rezagados por la apatía, la falta de interés, compromiso, responsabilidad.
No a los maestros que:
- Van a “calentar banca” en las aulas
- Desorientan a sus alumnos
- Se estancan en la mediocridad
- Van, firman y cobran solamente
- Golpean, ofenden y maltratan
- Pasan de “panzazo” sus evaluaciones
En cambio, gratitud, reconocimiento y generosidad a todos aquellos maestros (as) que han dado su vida por la enseñanza; a quienes desgastaron sus pies, con sudor y cansancio, en caminos polvorientos para llegar a su hogar escolar, que es para ellos el corazón del abc.
Gracias a quienes acabaron su vista y, con manos temblorosas, siguen conduciendo por el buen camino a sus pupilos, sin esperar una palmada, ni siquiera una manzana en el pupitre.
Para todos ellos –que son muchos por fortuna- y a quienes se han ido, felicidades.
Que Dios los compense para que algún día, desde el cielo, sigan dando ejemplo de rectitud, honestidad, transparencia y buenos principios.
* Columna invitada