• martes, abril 15, 2025 5:43 pm

Proyecto Metropolitano ZMG

Por el bien ciudadano

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Hoy voy a tratar un tema emotivo. Para extraer las ideas del tintero, me inspiraron un hecho y una reflexión derivada del mismo. Silvia Caballero Naranjo, compañera de la Centenaria Escuela Normal de Jalisco, me platicó que, habiendo fallecido su papá, los servicios funerarios trasladaron el cuerpo desde la casa de atención para mayores en la que habitó sus últimos meses hasta la empresa de pompas fúnebres, con tal premura, que ella no tuvo oportunidad de “despedirse” del autor de sus días.

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Para lograr su propósito, acudió a la sala de velación en donde consiguió que le dieran acceso al lugar en el que yacían los restos mortales de su padre.

Ya allí, Silvia, en la intimidad y la soledad de ese espacio, le agradeció por la vida, los bienes, tangibles e intangibles, recibidos y el amor dispensado a lo largo de sus casi 100 años. Mesó sus cabellos, acarició su cara, besó su frente, tomó sus manos y le dio un abrazo.

La reflexión derivada del hecho descrito es que, en el trajín de lo cotidiano —las ciudades destruyen las costumbres, diría José Alfredo Jiménez— nos estamos alejando.

Las visitas a los abuelos, familiares y amigos se hacen cada vez menos frecuentes. “Nos vemos pronto”, decimos, en un “pronto” que casi nunca llega. Preferimos descansar (ver el futbol) el fin de semana, que abonar el árbol del amor; luego, los niños se vuelven adultos, desarrollan, como es normal, sus propios intereses, se van y, muchos de nosotros nos vamos quedando atrapados en un entorno de silencios.

La tecnología nos hace trampa. La pantalla de la computadora es plana, no tiene profundidad. Los celulares nos engañan, nos hacen “sentir” que estamos a un lado de nuestros seres queridos, cuando la realidad es que acabamos confundidos por palabras escuchadas al oído y cuerpos inasibles.

Los audífonos nos aíslan, ahogan nuestras voces; dejamos de platicar, de disfrutar nuestra proximidad.

Suponemos que nuestra comunicación es buena, asertiva e, incluso, cálida. Puede no ser así. Nos vamos insensibilizando. Nos estamos negando la alegría de convivir, hasta que, un día, nos damos cuenta de que la bolsa de los afectos se vació sin percatarnos.

Sí, se van yendo nuestros seres amados sin que les hayamos dicho cuánto los queríamos, sin agradecerles todo lo que nos dieron.

Nuestros ojos, sin notarlo, se van secando. No habrá lágrimas para llorar su ausencia. Tal vez, ni siquiera tengamos conciencia de la pérdida.

El tiempo disolverá sus rostros y se apagará el calor que desprendían sus cuerpos.

Valdría la pena hacer un alto en el camino y dedicar unos minutos a pensar que, en la vida, los satisfactores materiales son tan importantes como lo es la realización personal.

Alcanzar las metas que nos proponemos, luchar por conquistar nuestros sueños y llegar a la cumbre no está reñido con tomarnos de las manos y concedernos el privilegio de decir “te quiero” y agradecer, periódicamente, los dones que sólo podemos encontrar en el nido de nuestros afectos.

*En memoria de Juan Peña Razo, amigo admirable.


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