Hace unos días, se me acercó un joven y me dijo: “¿Usted es Eugenio?” Lo miré con desconfianza, luego con curiosidad. “Sí. ¿En qué te puedo servir?”. “Quiero ser diputado y la maestra ‘Chena’ me dijo que usted me podría ayudar”.
Acto seguido, le dije: “Andas un poco retrasado, como unos 30 años”, sonreí. No sé si me entendió.
Intrigado, pregunté: “¿Por qué o para qué quieres ser diputado?”. “Porque me gusta la política y usted puede ser mi padrino”.
Ya para entonces, no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Siguiéndole la corriente, agregué: “La política es algo muy serio; en manos de esas personas está el destino de nuestras vidas. La política es una difícil profesión, requiere preparación, valores y capacidades que se desarrollan en el ejercicio de la administración pública y el estudio”.
Me observó fijamente: “Tengo una vecina que apenas sabe leer y es diputada. Yo estoy mejor preparado que ella”, expresó en un tono que reflejaba incomodidad. Me disculpé por no poder ayudarlo y me quedé pensando en lo lejos que están algunos de entender la función de los políticos, a los que ven como personajes llenos de privilegios, ajenos a las necesidades de la sociedad y prestos a obsequiar las instrucciones de “los de arriba”.
Ya entrado en gastos, me propuse hacer algunos apuntes que, aunque incompletos, faciliten la comprensión de los atributos que esta noble profesión requiere para su correcto desempeño.
Comenzaré por decirte que un político profesional sabe qué quiere, tiene un proyecto de vida personal y para la sociedad. Promueve el desarrollo y el bienestar colectivo. Es honesto y honorable. Es conciliador. Ha conocido el fracaso, y el éxito no lo envanece.
Su capacidad de comprensión y comunicación abarca a todas las clases económicas y culturales. Sabe cuáles son y en dónde están los resortes que mueven a la sociedad.
Un buen político no tiene celos de la inteligencia ni del carisma de los demás, al contrario, los suma y les da conducción; apuesta por los jóvenes, los forma, los prueba y los deja volar. Aprovecha la experiencia y la sabiduría de los viejos. Es generoso y, aunque tiene buena memoria, sabe perdonar.
Enterado de la condición humana, no espera reconocimiento por su desempeño; es consciente de que el poder, como la vida, es frágil, transitorio, efímero.
Tiene conocimientos de historia y geografía universal, nacional, regional y de las pequeñas historias personales de sus protagonistas.
Un buen político sueña, imagina, planea, coordina, asigna responsabilidades, entrega confianza, supervisa cotidianamente el desempeño de sus colaboradores y exige cuentas. Escucha para tomar decisiones y es personalmente responsable de ellas.
No le tiene miedo a la verdad. Es tolerante y, en cierta medida, permisivo. Siempre está en vigilia.
Suma, multiplica, si es necesario, divide, pero jamás resta.
Es valiente, asume retos difíciles, pero no es irresponsable. Conoce los límites de la ley.
Finalmente, un buen político actúa sin prejuicios: siente, ama, se respeta a sí mismo y respeta a los demás, es prudente, buen negociador y sabe cuándo es momento de decir “adiós”.
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