• miércoles, noviembre 13, 2024 2:23 pm

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Por el bien ciudadano

Cambio en roles sociales*

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Por siglos, los roles sociales fueron estableciéndose en razón de la división del trabajo. Dos tareas eran sustantivas: la reproducción de la especie y el cuidado de los hijos, y la proveeduría. Madre cuidadora, padre proveedor. Hubieron de pasar milenios para que estos patrones se modificaran.

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Hasta hace unas cuantas décadas, las guerras y la economía fueron exigiendo la incorporación de la mano de obra y el talento femeninos a tareas de producción, antes reservadas para los varones.

El desarrollo intelectual, la competencia y la responsabilidad en el desempeño profesional han hecho de la mujer un actor fundamental para el crecimiento de la sociedad contemporánea.

Millones de mujeres se han convertido en el motor de la sociedad universal. La razón es simple. La vida intramuros no solo es esclavizante, imposibilita el crecimiento personal y, por lo tanto, limita las aportaciones de la mujer a los activos sociales.

Hace algunos años, la mujer tenía reservadas dos profesiones: la enseñanza de niños y púberes, así como el cuidado de los enfermos. Mi madre fue maestra de kínder. Hoy no es así.

Hoy, para bien de la nación, una enorme cantidad de mujeres están involucradas en el servicio público. Las representantes de los tres poderes de la unión, la mayoría de los miembros del congreso nacional, de los congresos locales, e innumerables regidoras son mujeres.

El desempeño de cuadros femeninos en el sector privado era impensable y ahora son ejecutivas de muchísimas empresas. Son políticas, creadoras de arte, filósofas, escritoras, científicas, astronautas, etc.

La mujer viaja, consume, provee, cuida y aporta. La vida contemporánea es impensable sin la presencia de quienes, hace no muchos años, desde el momento de su nacimiento, estaban condenadas a un futuro castrante: el metate y el petate. La primogenitura ya no existe.

Siempre he creído en valores como asociación, solidaridad, cooperación, colaboración y ayuda mutua. Además, soy fiel y permanente admirador de la mujer. En el buró de mi cama tengo las fotografías de dos de ellas.

El ascenso de una mujer a la primera magistratura de la nación, como es el caso, nos debe llenar de júbilo, pues se superó un prejuicio de género y se rompió un techo ficticio que impedía el crecimiento ad limitum de la mujer.

Lo que sigue es que nuestras gobernantes aporten a la solución de los grandes problemas nacionales, entre ellos, que se logre la distensión social.

Al margen de clase, inclinación política o, incluso, el género, lo verdaderamente importante son los valores en los que se soporta la convivencia y el progreso.

Por ello, sin la perspectiva femenina no podemos alcanzar esa necesaria complementariedad que, como dice la canción de Nacha Guevara, nos permite que “en la calle, codo a codo, seamos mucho más que dos”.

Supongo que ya sabes de quienes son los retratos que velan mi sueño. ¡Claro! Uno, el de mi mamá, el otro, te lo dejo de tarea.

En memoria de Marcela Orozco de la Torre*


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