Pues bien, aquí estamos iniciando el año nuevo 2024 del siglo XXI, y lo hacemos llenos de optimismo, renovadas las ilusiones, plenos de amor y con la esperanza de que las cosas serán mejores en el futuro; más aún cuando, por mandato constitucional, habrán de realizarse elecciones para que el pueblo –o sea, nosotros– decida por quiénes quiere ser gobernado.
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Para los próximos meses, hago el propósito de pensar y escribir solo sobre eventos positivos, de esos que ayudan a transitar con alegría el maravilloso espacio de la vida.
Prometo que me olvidaré de las malas noticias. No escribiré, por ejemplo, del sufrimiento de los buscadores de sus seres desaparecidos, menos aún, de la casi centena de asesinatos que a diario bañan con sangre nuestra patria.
En todas las guerras que en este momento agravian a los pueblos de la Tierra, no se cometen el número de homicidios que diariamente producen los “abrazos” de nuestro amado presidente.
Tampoco escribiré sobre la impunidad –esa lacra peor que el coronavirus, que nos lacera desde hace muchos años y que inmuniza a los delincuentes frente a las leyes, que es fertilizante para la corrupción y la criminalidad–.
Hago, además, el compromiso de ni siquiera pensar, menos escribir, sobre las mañaneras, ese modelo de comunicación inventado por Goebbels para idiotizar a la población alemana: ¡menos mal que nosotros somos mexicanos!
Hago también formal promesa de no tratar temas como los de quienes, impulsados por la necesidad o por “gratitud” con el gobierno, venden su voto en las elecciones.
Claro que no escribiré una sola palabra sobre la educación ni la salud. ¿A quién en su sano juicio le podrán interesar estos engorrosos e irrelevantes asuntos?
Dejemos que un pequeño grupo de políticos de la 4T, empresarios progresistas, comunicadores “en-sobretados” y delincuentes coludidos con el gobierno decidan por nosotros.
Sí, lo he pensado profundamente. Es mejor discernir, por ejemplo, sobre la inmortalidad del cangrejo o si los ángeles tienen sexo. Creo, además, que eso de la justicia social o el bien común es puro rollo.
La suerte está echada. Desde el momento de nuestro nacimiento, el camino está diseñado por la sabia mano de nuestros dirigentes, de todos, sin exclusiones: desde los que hacen y aplican las leyes, hasta los que manejan la economía y las conciencias.
Les adelanto que, tras sesudas reflexiones, he llegado a la conclusión de que más vale malo por conocido; por lo tanto, les propongo que nombremos a López, el de Tabasco, Presidente Vitalicio, Alteza Serenísima, Benemérito de las Américas y Campeón Mundial de la Democracia. ¡Imagínense los ahorros que tendríamos cancelando las elecciones y desapareciendo las instituciones públicas!
Y, ya encarrerado el ratón -en este caso, el caballo- hago, también, formal promesa de volverme monje cartujo, atento en el cumplimiento de los votos de silencio, castidad y obediencia. Este año, pondré mi mente en blanco y, para concluir esta larga lista de intenciones, dejaré de pensar en Xóchitl como presidenta… je, je. ¡Inocente palomita…!
*Escrita el 28 de diciembre.